viernes, 23 de agosto de 2013

Filosofía ...ese sentimiento...

“Filosofía”, en el sentido vago y corriente de la
palabra, acontece doquiera el hombre cavila
sobre sí, doquiera se queda consternado ante la
incomprensibilidad de su estar-aquí, doquiera las
preguntas por el sentido de la vida emergen desde
su corazón acongojado y trémulo. De este modo
se le ha cruzado la filosofía casi a cada hombre
alguna vez – como un sobresalto que nos
estremece de súbito, como una aflicción y
melancolía al parecer sin fundamento, como
pregunta inquieta, como una sombra oscura sobre
nuestro paisaje vital. Alguna vez toca a cada
quien, tiene muchos rostros y máscaras,
conocidas e inquietantes, y tiene para cada uno
una propia voz, con la cual lo llama”.
Eugen Fink,
Fenómenos fundamentales de la existencia
humana

miércoles, 21 de agosto de 2013

ANTONIO GRAMSCI: fue fundador del Partido Comunista y una de las más relevantes figuras de la cultura y la política italiana del siglo XX.

El texto que sigue se publicó originalmente en Perspectivas: revista trimestral de educación comparada (París. UNESCO: Oficina Internacional de Educación), vol. XXIII, nos 3-4, 1993, págs. 633-649. ©UNESCO: Oficina Internacional de Educación, 2001 Este documento puede ser reproducido sin cargo alguno siempre que se haga referencia a la fuente.

ANTONIO GRAMSCI (1891-1937) 

Attilio Monasta1

Muchos intelectuales italianos que han dejado huella en la historia de Europa pasaron parte de sus vidas, y escribieron sus mejores trabajos, en la cárcel o en el exilio. Cuanto más importantes eran sus reflexiones y acciones para el desarrollo cultural y educativo de la población, más tuvieron que sufrir de la represión y más deformaciones padeció su mensaje. Así como Tommaso Campanella (1568-1638) escribió la primera "Utopía" italiana, con el título La ciudad del sol [La città del sole]durante los veintisiete años que pasó en la cárcel, también Antonio Gramsci escribió en la cárcel el texto más importante que se haya escrito sobre la función educativa y política de los intelectuales: en total, 2.848 páginas de notas manuscritas, que hoy día se conocen con el nombre de Cuadernos de la cárcel [Quaderni del carcere]2. Lo que tendría que haber sido, según su intención inicial, un análisis crítico de la historia de los intelectuales italianos, se convirtió en una profecía sobre el destino de su propia obra, su mensaje y el modo en que los demás lo percibieron. Según el análisis de Gramsci, la función mejor conocida y más positiva de muchos intelectuales italianos ha sido (y quizá todavía es) "cosmopolita", es decir, universal, y por consiguiente es más pertinente para la civilización occidental, o incluso mundial, que para Italia (se entiende pertinente para la toma de conciencia y el fomento de la identidad cultural del pueblo italiano). La razón de ello se encuentra en la separación histórica, más evidente en Italia que en otros países europeos, entre el desarrollo cultural, el "trabajo" intelectual en el sentido tradicional, y el liderazgo político3. La educación es un campo en el que la teoría y la práctica, la cultura y la política se confunden inevitablemente, y donde la investigación y el descubrimiento intelectual se combina con la acción social y política. Sin embargo, no es infrecuente que se produzca una distinción, si no una oposición, entre esos dos aspectos de la educación, y el uso ideológico de la cultura y la ciencia a menudo provoca la "neutralización" de los efectos educativos y políticos del desarrollo cultural y la "justificación" del poder político por teorías domesticadas que, en consecuencia, pueden definirse como "ideologías". Es difícil, dentro de la división y separación tradicional de las disciplinas y campos de investigación cultural, definir todo lo que forma parte de esta "educación", ya que la educación se registra paralelamente al crecimiento de los niños y su escolarización, ya sea en los jardines de infancia o en la universidad. Con todo, el perfil de Gramsci como "educador" no se basa en las pocas páginas de sus escritos dedicadas a la escuela y a la educación en un sentido tradicional, sino más bien en el supuesto de que el núcleo del mensaje de Gramsci, e incluso la finalidad de sus escritos son "educativos" en el sentido lato y profundo de la palabra. La infancia y la juventud de Antonio Gramsci coinciden con el primer desarrollo industrial y económico de Italia. A pesar de las particularidades de la sociedad italiana (por ejemplo, las acentuadas diferencias entre el norte y el sur, la variedad de regiones, dialectos y tradiciones, el largo dominio de diversas potencias extranjeras y en último lugar, pero no por ello menos importante, el dominio de la Iglesia Católica, centrada en Roma), a comienzos del siglo XX el mundo industrial y financiero hizo un considerable esfuerzo por "modernizar" la sociedad italiana, basándose en el modelo de los países de Europa central. En el contexto del enfoque "positivista" de la ciencia, la tecnología y la educación, los gobiernos de Giolitti4 llevaron adelante a la vez una organización científica del trabajo" (es decir, el taylorismo en la producción industrial) y una organización también científica de la cultura y la educación. Durante un breve periodo anterior a la Primera Guerra Mundial, Italia gozó de una paz social aparente, impuesta al final del siglo XIX por gobiernos reaccionarios; la justificación de este periodo era la necesidad de completar las conquistas coloniales, y fueron las grandes masas de italianos del sur que emigraban al extranjero, a América o a Australia, quienes pagaron la factura.
Aprendizaje político
Gramsci nació en Cerdeña, una de las regiones más pobres de Italia que, como suele ocurrir con las islas, ha mantenido una fuerte identidad cultural. Cerdeña tiene su propio idioma, historia y cultura, que se diferencian considerablemente de las de los "piamonteses" que administraron el reino de Cerdeña desde Turín, en la parte septentrional de la península. Gramsci fue a estudiar a la Universidad de Turín, pero tuvo que abandonar los estudios por falta de recursos y graves problemas de salud. En aquella época Turín era el centro de la industrialización italiana y el foco de la primera organización de la clase obrera de Italia. Gramsci empezó su aprendizaje político y educativo durante la Primera Guerra Mundial como periodista y crítico de teatro, y por las tardes solía asistir a las reuniones del sindicato "Confederazione Generale del Lavoro" y del partido socialista. Después de la guerra, incorporado plenamente al Turín "rojo" socialista, creó dos periódicos, Ordine Nuevo y Unità, con una función explícita: educar a la nueva clase obrera creada por la industria y la guerra. El tema prevaleciente de Ordine Nuovo era la relación entre la "organización científica del trabajo" (taylorismo y fordismo) y la organización científica de la educación y la formación. Sin embargo, esta relación, en la que muchos ven hoy el inicio de las ciencias educativas, no consistía para Gramsci en un simple ejercicio intelectual. Unos pocos años antes de la guerra, la investigación científica sobre la educación en Italia había quedado totalmente marginada y reprimida por obra de los filósofos idealistas dominantes, Croce y Gentile, que consideraban que este campo de estudio era una rama de la filosofía, la ética o incluso la religión. En 1923, Giovanni Gentile, primer secretario de Estado encargado de la educación en el nuevo gobierno fascista, reformó por completo el sistema escolar italiano haciendo hincapié en la división ideológica entre la preparación técnica y profesional (para el trabajo), y la preparación cultural y científica para el desarrollo "espiritual" de la humanidad y, naturalmente, para la dirección política del país. Gramsci tenía ideas distintas sobre estos problemas, sin caer en la arrogancia positivista de considerar que los problemas humanos podían resolverse con la ciencia y la tecnología, ni en la ilusión idealista de la "independencia" de la vida intelectual y cultural con respecto a los condicionantes económicos y políticos. Gramsci más bien consideraba que el vínculo entre la organización del trabajo y la organización de la cultura era la nueva "cultura profesional", la nueva preparación técnica y profesional que necesitaba la mano de obra (desde el trabajador especializado hasta el administrador) para controlar y dirigir el desarrollo industrial, así como la sociedad que este desarrollo crea inevitablemente. A partir de 1917 la Revolución Soviética concentró la atención de los movimientos obreros, en detrimento de los problemas internos de los demás países, resultantes de una de las peores guerras que haya conocido Europa. El partido socialista de Italia, como en otros muchos países, se dividió no sólo entre "reformistas" y "comunistas", sino también entre "reformistas" y "nacionalistas", que más tarde se convirtieron en la sección populista del partido fascista, y, unos pocos años después, en el régimen nacional socialista (es decir nazi).
A partir de 1922 el régimen fascista en Italia abandonó toda pretensión de encontrar soluciones democráticas, no sólo a los problemas económicos sino también al progreso social, cultural y educativo de las masas. En noviembre de 1926 el Gobierno de Mussolini promulgó una "legislación especial" que disolvía el parlamento italiano y todas las organizaciones de la oposición, prohibiendo asimismo sus publicaciones. A continuación se produjo una serie masiva de detenciones, y Antonio Gramsci fue encarcelado. Tenía 35 años de edad, era miembro del Parlamento y desde 1924 ocupaba el cargo de secretario general del partido comunista italiano. En su juicio, en 1928, el fiscal terminó su requisitoria con la siguiente intimación al juez: "¡Tenemos que impedir que este cerebro funcione durante veinte años!" El régimen fascista veía claramente que la oposición más peligrosa vendría no ya de la acción política en el sentido tradicional (es decir de una organización), o de la protesta intelectual basada solamente en principios, sino más bien de la conjunción de la crítica y la acción de intelectuales y políticos. El cerebro de Gramsci no dejó de funcionar en la cárcel; por el contrario, poco después de su detención empezó a planear una serie de investigaciones que se convertirían en lo que hoy día se considera el análisis más importante que se haya hecho jamás de la "hegemonía", es decir, el nexo entre la política y la educación. En una carta dirigida a su cuñada Tatiana, con fecha 9 de marzo de 1927 5, Gramsci se refiere a un proyecto de escribir algo für ewig (para siempre), algo que sirva para concentrar su atención y le dé "un foco a su vida interna". La primera parte del plan consiste en una historia de los intelectuales italianos; a continuación Gramsci habla de estudios sobre la lingüística, sobre el teatro de Pirandello y sobre los folletines y los gustos literarios populares. Si bien el plan de estudio tenía que ser für ewig, lo que significa que su finalidad era el conocimiento como un fin en sí mismo, y no ningún objetivo práctico o político, en esta misma carta se observa ya un hilo conductor que une a los diferentes temas. Gramsci define la historia de los intelectuales como el proceso de "formación del espíritu público" y escribe que los diferentes temas de su plan tienen en común el "espíritu popular creador", es decir, el modo en que la hegemonía de un determinado grupo social va creciendo, desde el núcleo del grupo hasta su organización política. De hecho, en otra carta dirigida a Tatiana6 dice: "el pensamiento "desinteresado" o el estudio como un fin en sí mismo me son difíciles (...) no me gusta disparar en la oscuridad; prefiero tener un interlocutor o adversario concreto", y habla de la "naturaleza polémica" de su entera formación intelectual. Gramsci murió en 1937 sin haber tenido la posibilidad de completar su obra. Su cuñada Tatiana salvó los treinta y tres cuadernos de la cárcel y los sacó clandestinamente de Italia. Antes de su encarcelamiento había escrito mucho7, pero su reputación como uno de los grandes pensadores y educadores italianos se basa en las "Cartas de la cárcel" y en los "Cuadernos de la cárcel".
Gramsci, un símbolo
Hasta después de la caída del régimen fascista y el final de la Segunda Guerra Mundial, entre 1947 y 1951, no apareció una primera edición de los escritos de la cárcel, publicada por el editor turinés Einaudi en seis volúmenes. Felice Platone se encargó de la corrección de los manuscritos, y la edición fue directamente supervisada por el secretario general del partido comunista italiano, Palmiro Togliatti. El primer volumen contenía una selección de las cartas de la cárcel8, que recibió el "Premio Viareggio", el más prestigioso galardón literario de Italia. En este mismo año 1947 una coalición entre las dos fuerzas políticas mayores y más populares que contribuyeron a derrotar el régimen fascista -los demócratacristianos y el partido comunista- dirigió el país durante unos pocos meses, y Gramsci se convirtió en el símbolo de la persecución fascista y la resistencia antifascista. Sin embargo, en ese año empieza también una especie de santificación de Gramsci, elevado al Olimpo de los intelectuales tradicionales: Gramsci como filósofo, como historiador, como politólogo, como crítico literario y, ocasionalmente, como educador, ya que dedicó algunas líneas a la escuela y la educación. La estructura de la primera edición de los cuadernos de la cárcel de Gramsci revela hasta qué punto su obra pudo "reabsorberse en formas más tradicionales del pensamiento"9. Los seis volúmenes de esta edición son una colección temática de muchas notas, que se reordenaron en consecuencia con arreglo a los diferentes temas10: en primer lugar la filosofía y, sobre todo, el "marxismo"; en segundo lugar la cultura, y los intelectuales como un tema aparte; a continuación la historia, la política y la literatura de Italia y, por último, varias notas sobre diversos temas. La interpretación editorial de la imagen de Gramsci se justificó y explicó alegando la situación especial en que fueron escritas las notas. El hecho de que la obra fuera incompleta, su carácter "fragmentario" y la incertidumbre acerca de las intenciones de Gramsci, indujeron a los editores a darle una forma más coherente y legible. Lo irónico de la cosa es que en sus notas Gramsci señala frecuentemente la diferencia entre los escritos de un autor y sus intenciones, por una parte, y su "destino" por la otra, que es necesario tener en cuenta si se quiere entender el verdadero significado "educativo" de un mensaje del autor. Sólo en 1975, después de que se produjeran importantes cambios en los medios políticos y culturales de Italia, se publicó una edición crítica de los cuadernos de la cárcel11, en la que se reproducían los textos completos tal y como fueron escritos, o sea, en el mismo orden y en las diferentes versiones que había escrito el propio Gramsci, a veces tachados con una línea delgada y frecuentemente reescritos en otro cuaderno más "monográfico". Se ha demostrado, mediante la comparación filológica de las dos ediciones, que es posible hacerse dos ideas muy distintas de Gramsci12. La reproducción fiel de su obra es mucho menos "fragmentaria" de lo que se había creído; en los diferentes temas, que de hecho inspiraron la mayoría de los títulos de la primera edición, existe una profunda unidad, un fuerte mensaje común repetido con insistencia. Al dar ejemplos de diferentes campos (filosofía, historia, literatura, la organización de la cultura y las escuelas) Gramsci quería descubrir (y educar para promover el descubrimiento) la "función intelectual" real dentro de las sociedades, función que es -siempre e inseparablemente- de índole educativa y política. La primera edición nos da una imagen tradicional de Gramsci como importante figura intelectual, quizás como el hombre polifacético del Renacimiento, que incluso en la cárcel preserva su libertad espiritual leyendo, estudiando y escribiendo para la posteridad; en esta imagen faltaba lo principal. A comienzos de los años 50 quizás no fuera posible, ni en los países occidentales ni en los del Este, revelar la verdad. La fuerza dominante de la cultura, tanto conservadora como progresista, no estaba en condiciones de ser "objeto" de la misma, de dejar que alguien revelase sus propias raíces "materiales" y políticas.
Pedagogía de Gramsci
El mensaje central de Gramsci es que la organización de la cultura es "orgánica" para el poder dominante. Los intelectuales no pueden definirse como tales por el trabajo que hacen, sino por el papel que desempeñan en la sociedad; esta función es siempre, de modo más o menos consciente, la de "liderar" técnica y políticamente un grupo, bien el grupo dominante o bien otro grupo que tienda a asumir una posición dominante. Cada grupo social que se constituye en el terreno original de una función esencial, en el mundo de la producción económica, crea orgánicamente, junto con el mismo, uno o más estratos de intelectuales que le dan homogeneidad y una conciencia de su propia función, no sólo en el campo económico sino también en el social y el político13.
El primer ejemplo de "intelectual" que da Gramsci es el "empresario capitalista" que crea, "junto a sí mismo, al técnico industrial, al especialista en economía política, al organizador de una nueva cultura, de un nuevo sistema jurídico, etc. (...) El empresario representa ya un nivel más elevado de la organización social, caracterizado por una cierta capacidad gerencial y técnica (es decir, intelectual)". Esta es la definición que da Gramsci de los intelectuales "orgánicos" y de su función, que es al mismo tiempo técnica y política. Sin embargo, hemos de entender que muchos intelectuales "se presentan a sí mismos como entidades autónomas e independientes del grupo dominante", y creen que constituyen un grupo social propio. Ello es debido a que cada grupo social "esencial" que aparece en la historia procedente de la anterior estructura económica (...) ha encontrado (por lo menos en la historia que nos precede) categorías de intelectuales que ya existían y que, desde luego, parecían representar una continuidad histórica ininterrumpida, incluso con los cambios más complicados y radicales de las formas políticas y sociales"14. Ejemplos de este tipo intelectual, que Gramsci define como "intelectuales del tipo tradicional", son los eclesiásticos y toda una serie de administradores, eruditos, científicos, teóricos, filósofos laicos, etc. No es casual que la palabra empleada en la lengua inglesa para designar a muchos de estos intelectuales sea "clerks", mientras que otras palabras similares derivadas del latín clericus designan, en muchos idiomas, a esta forma tradicional de la labor intelectual. Si queremos encontrar un "criterio unitario que caracterice a todas las actividades diversas y desemejantes de los intelectuales, y las distinga al mismo tiempo en su esencia de las actividades de otros grupos sociales", es un "error de método" considerar solamente "la naturaleza distintiva de las actividades intelectuales, y no el entero sistema de relaciones en el que estas actividades (...) ocupan un lugar, en el conjunto general de las relaciones sociales". La crítica de la distinción tradicional entre el "trabajo manual" y el "trabajo intelectual" es uno de los elementos más importantes de la creación de una nueva teoría de la educación. Según Gramsci, esta distinción es ideológica en la medida en que desvía la atención de las funciones reales, dentro de la vida social y laboral, hacia los "aspectos técnicos" del trabajo. En todo trabajo físico, incluso el más degradante y mecánico, existe un mínimo de (...) actividad intelectual. (...) Así pues, podríamos decir que todos los hombres son intelectuales: pero no todos ellos ejercen la función de intelectuales en la sociedad. (...) No hay ninguna actividad humana de la que puedan excluirse todas las formas de participación intelectual: no es posible separar al homo faber del homo sapiens15. Las consecuencias del análisis de Gramsci para la educación son el tema del duodécimo cuaderno (del que proceden las anteriores citas). Este cuaderno es una larga "monografía" en la cual Gramsci incorporó varios textos tomados de otros cuadernos, y reescritos en parte. Su mensaje no es nada ambiguo, y acaba con la famosa conclusión siguiente:
El modo de ser del nuevo intelectual no puede seguir consistiendo en la elocuencia, (...) sino en la participación activa en la vida práctica como constructor, organizador y "persuasor permanente", y no sólo un simple orador (...); desde la técnica-como-trabajo pasamos a la técnica-como-ciencia y a la concepción humanista de la historia, sin la cual se continúa siendo "especialista" y no se pasa a la categoría de "directivo" (especialista y político)16.
Hay que revelar el carácter ideológico de la separación entre la educación clásica y la educación técnica, que tiende a reflejar la división social entre el trabajo intelectual y el trabajo manual; esta separación oculta la división real que se produce entre los papeles "directivos" y "subalternos" de la sociedad, independientemente de que el trabajo que realiza un grupo de personas, y que lo caracteriza, se llame intelectual o manual. En lo relativo a la educación en el sentido estricto de la palabra, Gramsci sugiere que, "en el mundo moderno la educación técnica, vinculada estrechamente a la mano de obra industrial incluso a su nivel más primitivo y no especializado, debe formar la base del nuevo tipo de intelectual". Esto significa pues educación para todos, y una estrecha vinculación entre la escuela y el trabajo, así como entre la educación técnica y la educación humanista. El análisis que hace Gramsci de los niveles educativos y políticos no se limita al duodécimo cuaderno -que nos parece, no obstante, esencial-, sino que se encuentra disperso en todos sus escritos de la cárcel. El decimonoveno cuaderno, que es también una segunda versión monográfica de una colección de textos relativos al Risorgimento (la historia de Italia antes de la unidad nacional), no puede considerarse simplemente como un estudio histórico. El texto más largo de este cuaderno (24 páginas) trata del "problema del liderazgo político en la formación y el desarrollo de la nación y el estado moderno en Italia"17. Aquí encontramos el mismo análisis, basado explícitamente en:
(...) la consistencia metodológica de un criterio de investigación histórico-política: no existe una clase independiente de intelectuales, sino que cada grupo social tiene su propio estrato de intelectuales, o tiende a formar uno; no obstante, los intelectuales de la clase históricamente (y actualmente) progresista, en cada circunstancia particular, ejercen tal poder de atracción que, en último término, acaban subyugando a los intelectuales de los otros grupos sociales; así pues, crean un sistema de solidaridad entre todos los intelectuales, con vínculos de índole psicológica (vanidad, etc.) y a menudo un carácter de casta (técnico-jurídica, corporativa, etc).
A partir del análisis de la aparición de una nueva clase dominante, Gramsci hace una importante diferencia entre "dirección" y "dominio", diferencia que había ya señalado Lenin, distinguiendo entre el uso de la fuerza (en la llamada fase “temporal”- de la dictadura del proletariado) y el uso de la hegemonía cultural para obtener el consentimiento del pueblo. No obstante, esta distinción tiene otro significado para Gramsci, que habla de una sociedad "dirigida" por una nueva clase social "antes" de que esta clase se incorpore al gobierno. La función de los intelectuales "orgánicos" es la de liderar "intelectual y moralmente" a la sociedad mediante la educación y la organización de la cultura, y no por los medios tradicionales de coacción jurídica y policial. En los cuadernos décimo y undécimo, que tratan de "filosofía" y describen el importante papel desempeñado por el intelectual italiano Benedetto Croce durante la Primera Guerra Mundial y el subsiguiente régimen fascista, encontramos el mismo análisis y otras consideraciones de importancia. El tema central es la "hegemonía política" como proceso educativo. Es esencial destruir- dice Gramsci- el extendido prejuicio de que la filosofía es algo extraño y difícil porque es una actividad intelectual específica de una categoría particular de especialistas o filósofos profesionales o sistemáticos. Ante todo debe demostrarse que todos los hombres son "filósofos", definiendo los límites y las características de la "filosofía espontánea" que es propia de todo el mundo. Esta filosofía está contenida en el propio lenguaje, en el "sentido común" y en la religión popular, es decir, "en todo el sistema de creencias, supersticiones, opiniones y modos de ver las cosas y de comportarse". Así pues, el problema real no consiste en ser o no filósofo, sino más bien en saber si "se participa en una concepción del mundo mecánicamente impuesta por el entorno externo, o sea, por uno de los muchos grupos sociales en los que cada uno es introducido automáticamente desde el momento en que entra en el mundo consciente", o bien en "elaborar consciente y críticamente la concepción propia del mundo y así, mediante la labor del propio cerebro, elegir una esfera de actividad, tomar parte activa en la creación de la historia del mundo, hacerse guía de uno mismo, negarse a aceptar pasiva y apáticamente la configuración de la personalidad propia desde fuera" 18. Uno de los temas más debatidos de las teorías gramscianas de la educación es la relación entre "espontaneidad" y "conformidad". Gramsci se ocupa de este problema en el análisis del paso de la "filosofía espontánea" al "pensamiento crítico", y también en sus notas sobre la escuela, la educación y la "educación activa".
Al adquirir la concepción propia del mundo uno pertenece siempre a un grupo particular que es el de todos los elementos sociales que comparten el mismo modo de pensamiento y conducta. Todos somos conformistas de una conformidad u otra, siempre la del hombre de la calle o el hombre colectivo. Lo que hay que saber es: ¿de qué tipo histórico es la conformidad, la masa humana a la que pertenecemos?
Un análisis parecido, aunque más vasto, de la "conformidad" se encuentra en el vigesimosegundo cuaderno, que trata del americanismo y el fordismo. La nueva organización taylorista del trabajo había creado, por primera vez en la historia, una "masificación" radical del hombre que trabaja, y Gramsci parece considerar este proceso como un paso adelante en el camino que conduce al nuevo tipo de hombre, dejando atrás la condición primitiva, e incluso animal, de la especie humana.
La historia de la industrialización ha sido la de una lucha continua (que hoy día adopta una forma incluso más acentuada y vigorosa) contra la característica de "animalidad" del hombre. Ha sido un proceso ininterrumpido, a menudo doloroso y sangriento, para someter los instintos naturales (esto es, animales y primitivos) a los nuevos hábitos, más complejos y rígidos, del orden, la exactitud y la precisión, que permiten formas cada vez más complejas de vida colectiva, consecuencia necesaria del desarrollo industrial. (...) Hasta ahora todos los cambios en los modos de existencia y de vida se han producido por la fuerza bruta de la coacción. (...) La selección o "educación" de los hombres adaptados a las nuevas formas de civilización, de producción y de trabajo se ha producido mediante actos increíbles de brutalidad que han relegado a los débiles y a los no conformistas al limbo de los marginados, o los han eliminado por completo19.
El lenguaje crudo y realista que utiliza Gramsci para describir el proceso de la "educación" de grandes masas de la población para adaptarlas a las transformaciones contemporáneas de la economía hizo que muchos estudiosos creyesen que era partidario de una pedagogía autoritaria20. Por una parte, se le identificó superficialmente con diversas tendencias de la educación marxista en la URSS, y por consiguiente se consideró que su "teoría de la educación" era cercana a la teoría leninista de la "dictadura del proletariado", si no a los métodos de Makarenko para reeducar a los jóvenes descarriados. Gramsci había escrito algunos textos oponiéndose a "algunos principios de la educación moderna", como los derivados de la "tradición ginebrina" de Rousseau y Pestalozzi, según los cuales no debía permitirse que la intervención del educador molestase o deformase el "desarrollo espontáneo de la personalidad del niño". En algunas de sus cartas, y en una de las primeras notas, critica la "ilusión" acerca del "desarrollo espontáneo" del niño: desde el primer momento de su vida, se educa al niño para que se "conforme" a su entorno, y la escuela no es más que una pequeña "fracción" de su vida. "La educación es siempre una lucha contra los instintos relacionados con las funciones biológicas básicas, una lucha contra la naturaleza, para dominarla y crear el ser humano "efectivo" 21. Y el esfuerzo de aprender, la disciplina psicológica y física necesaria para estudiar y para cualquier realización educativa no son "placenteros": "es un proceso de adaptación, un hábito adquirido con esfuerzo, tedio e incluso sufrimiento" 22 Si bien podemos abrigar ciertas dudas sobre la opinión verdadera de Gramsci respecto de los métodos de enseñanza "pedagógicos" en la escuela o en la familia, por lo poco que trata de estos temas en su obra, la teoría general de la educación que se desprende del pensamiento de Gramsci es inequívoca. Toda interpretación de la teoría gramsciana de la educación podría prestarse a error si no estableciéramos una diferencia entre los aspectos "descriptivos" y "prescriptivos" de su planteamiento. El término "conformidad" no significa para Gramsci la tendencia negativa de la gente a dejarse dirigir y condicionar por la "moda", sino un instrumento para la interpretación del proceso por el cual la mayoría de la población, dentro de cualquier sociedad o régimen, suele seguir la tradición y observar las reglas.
Así pues, por conformidad no se entiende otra cosa que "socialidad", pero es agradable utilizar la palabra "conformidad" precisamente porque molesta a los imbéciles. (...) Es demasiado fácil ser original limitándose simplemente a hacer lo contrario de lo que hacen los demás. (...) Lo que es de verdad difícil es insistir en la disciplina y la socialidad, y seguir profesando la sinceridad, la espontaneidad, la originalidad y la personalidad23.
Así pues, el problema real de la educación es la conciencia de los diferentes tipos de "conformidad", o sea, de socialización, que se proponen o imponen en una determinada sociedad, y la lucha para imponer uno en vez de otro. La innovación real de la teoría general de la educación de Gramsci es el enfoque "científico" de la esencia real de la educación a cualquier nivel, desde el liderazgo político hasta la "conformidad" social, pasando por la vida escolar y familiar. Sin embargo, partiendo del enfoque tradicional de la educación, orientado a los valores, podríamos hacer algunas preguntas delicadas. ¿Supone necesariamente la teoría gramsciana una perspectiva cínica de la educación? ¿Puede haber criterios que "prescriban"- en vez de limitarse simplemente a "describir"- el tipo de educación que sería preferible? Estas cuestiones implican el análisis de los valores y las creencias, esto es, el problema de la "ideología" y su función en la sociedad moderna. Podríamos formular nuestras preguntas del modo siguiente: ¿puede haber educación sin ideología?; y, de no ser así, ¿cómo preferir una ideología a otra? En la primera fase de su análisis de las "ideologías", Gramsci aclara que "las ideologías no existen por sí mismas", sino que son deformaciones de teorías resultantes de la conversión de una teoría en una "doctrina", es decir, no un instrumento para entender la realidad sino una serie de principios morales para "orientar" las acciones prácticas y el comportamiento humano. Este paso de la teoría a la doctrina, y después a la "ideología", no es "espontáneo" y derivado del propio marco teórico, sino más bien "orgánico" en relación con el uso político de las teorías, que en sí mismo es "ideológico". Podríamos decir que el concepto de "ideología" es adjetivo, dado que no existen ideologías en el sentido propio de la palabra, sino más bien una utilización ideológica, o sea educativa, de las teorías y las doctrinas. Una de las pocas notas que quedaron sin publicar antes de la edición crítica de los Quaderni del carcere, nos da la definición de "ideología" de Gramsci: ideología es "una hipótesis científica que tiene un carácter educativo dinámico y es verificada y criticada por la evolución real de la historia" 24. La función crítica de la educación, que parece también esencial en el pensamiento de Gramsci, queda en entredicho si creemos en la necesidad de relacionar la educación con la ideología. Es difícil decir lo que Gramsci cree que ha de ser la educación, ya que parece más interesado en revelar lo que la educación es en realidad.
La filosofía de la praxis
Otro "caso típico" similar que Gramsci menciona frecuentemente es el de Maquiavelo. Su nombre, y el adjetivo "maquiavélico", recuerdan aún los aspectos brutales y perversos del poder político, porque el escritor florentino "describía" lo que era realmente la política (y quizás lo que será siempre), y no lo que podría ser. Gramsci y Maquiavelo nos plantean una importante cuestión: ¿cuál es la función "educativa" de una descripción precisa de los mecanismos del poder político y, en el caso de Gramsci, de los mecanismos de la ideología? ¿Educar a la gente para que adopte una visión realista, y por consiguiente intervenga en la lucha política que enfrenta a los poderes, o bien revelar a la gente el lado oculto de la política, para que desconfíe de ella y viva independientemente su vida, y se haga una opinión propia, al margen del poder político? Muchas indicaciones nos hacen creer que el objetivo de Gramsci no era puramente "descriptivo", y que la suya era una estrategia encaminada a un nuevo tipo de educación.
Ante todo, vemos su interpretación de la "política maquiavélica": cuando escribe sobre la contribución de Maquiavelo a la descripción científica de la "política", Gramsci se hace a sí mismo, y nos hace a nosotros, las siguientes preguntas: ¿"a quién" se dirigía Maquiavelo cuando escribió "El príncipe"?; ¿cuál era su objetivo y su "política"? Parece evidente que Maquiavelo no quería, ni necesitaba, enseñar a los dirigentes cómo conseguir el poder y cómo mantenerlo, sino que más bien lo que quería era explicar y dar a conocer el mecanismo real de la política. La definición de "política" de Maquiavelo no se corresponde con la que seguía él mismo, ya que el efecto educativo de una comprensión crítica de la política consiste en hacer a las nuevas clases más conscientes, y por consiguiente más poderosas frente a la vieja clase aristocrática dirigente. En segundo lugar, el proceso científico y "descriptivo" introduce de por sí una nueva concepción del "pensamiento crítico"; el sentido común nos dice que crítica es una especie de oposición contra algo que no queremos; por el contrario, para Gramsci el "pensamiento crítico" no es un juego teórico que opone a dos teorías, o dos ideologías, ni la "ilusión idealista" de que la teoría, la cultura y, por ende, la educación, pueden ser "independientes" de su base "material" histórica. Gramsci entiende que el pensamiento crítico es la investigación continua y el descubrimiento de las bases materiales de la teoría, es decir, la crítica del uso ideológico de la teoría. Por último, Gramsci no es "científicamente neutral" en su estrategia educativa. A su juicio hay un enfoque ideológico- o sea educativo- particular que es preferible a cualquier otro, no por razones teóricas, ni porque uno sea "cierto" y los demás sean "falsos", sino más bien por razones prácticas: es la "filosofía de la praxis", un instrumento ideológico para expandir la conciencia de las masas respecto del mecanismo de la política y la cultura, y de la determinación histórica y económica de las ideas, haciéndolas más capaces de controlar sus vidas, de "dirigir su propia sociedad y controlar a los que la dirigen". He aquí un punto que puede dar pie a interpretaciones diferentes, y quizás opuestas, del "perfil" de Gramsci. El editor de la primera edición de los cuadernos de Gramsci identificó pura y simplemente la "filosofía de la praxis" con el "marxismo" y el "materialismo histórico y dialéctico" 25. Se afirmó que Gramsci, en sus escritos de la cárcel, solía encubrir mediante claves y paráfrasis los nombres y definiciones que habrían provocado la intervención del censor. Esto sólo es cierto en parte, si consideramos que se sabía, tanto dentro como fuera de la prisión, que había sido condenado por ser dirigente del partido comunista italiano. Es evidente que la expresión "filosofía de la praxis" no equivale al término "marxismo". Un análisis de los muchos puntos de discrepancia entre Gramsci y la doctrina "oficial" y "ortodoxa" del marxismo, que se elaboraba en la URSS mientras Gramsci estaba en la cárcel, requeriría mucho más espacio que el que disponemos para hacer un "perfil" de Gramsci. Baste con observar que Gramsci escribió muchas notas en las que criticaba vivamente la vulgarización del marxismo realizada por Bukharin en nombre de Stalin (antes de que el propio Bukharin fuera víctima del estalinismo). Se sabe además que Gramsci, en la cárcel, mostró su desacuerdo con muchos de sus camaradas del partido comunista italiano respecto al desarrollo del marxismo en Europa. Para Gramsci la "filosofía de la praxis" es un término autónomo que define lo que, a su juicio, es una característica central del legado de Marx: el vínculo inseparable entre la teoría y la práctica, el pensamiento y la acción. Según Gramsci, la originalidad de la "filosofía de la praxis" estriba en que es la única "ideología" que puede criticarse a sí misma, es decir, que es capaz de descubrir las raíces "materiales" (o sea económicas y políticas) de todas las doctrinas (incluido por tanto el propio marxismo) y adaptar recíprocamente, de modo continuo, la teoría y la práctica. Uno de los usos ideológicos más recientes de la teoría, la ciencia y la información parece ser, a finales del siglo XX, el muy difundido mensaje del "fracaso de las ideologías". De acuerdo con esta doctrina, la vieja imagen de Gramsci como "uno de los principales pensadores marxistas" 26, parece anticuada y podría desaparecer junto con todas las demás ideas marxistas. No obstante, nosotros creemos que en la extraordinaria obra de Gramsci es posible encontrar una imagen distinta de su autor. Gramsci abrió nuevos caminos al pensamiento, la acción política y la educación durante los años treinta, un periodo de la historia mundial caracterizado por la competencia entre tres modelos (dictadura, organización social y un fuerte conformismo), competencia que culminó en el holocausto de la Segunda Guerra Mundial. Existen muchas diferencias, desde luego, entre el estalinismo soviético, el nazismo alemán y el fordismo americano, particularmente en lo que se refiere a sus aspectos constitucionales y políticos. Sin embargo, para la mayoría de las poblaciones que vivieron bajo estos regímenes, las condiciones de trabajo, las circunstancias vitales y el conformismo educacional de sus sociedades no les dejaron margen alguno para el "pensamiento crítico" y la evolución personal. Por eso nosotros creemos que el mensaje de Gramsci, a medida que van quedando atrás las sombras de esta época histórica, nos ayuda a descubrir un nuevo enfoque de la educación, un enfoque científicamente crítico de todos los tipos de procesos ideológicos y educativos. Las principales hipótesis de esta teoría y práctica de la educación, derivadas de Gramsci son las siguientes. Los procesos educativos se desarrollan de muchas maneras y han de estudiarse prestando especial atención a los momentos que no suelen considerarse educativos en el sentido estricto del término. La escuela, la formación profesional, la educación de adultos y la universidad pueden considerarse una fachada, un aparente conflicto entre la organización de la cultura y el poder político, siendo así que la mayoría de las acciones de la "persuasión permanente" se producen entre bastidores, al margen del sistema educativo formal; las decisiones adoptadas en el mundo de los medios de difusión, edición y comunicación, los cambios introducidos en la organización del trabajo, las opciones en favor de una u otra tecnología de la industria y los servicios, el sistema de selección y nombramiento de oficiales y dirigentes de los sindicatos y los partidos, y su función en la vida cotidiana de la sociedad, son las principales áreas de los procesos educativos modernos, más encubiertas que inmediatamente visibles. Gramsci nos ofrece un método de análisis y de acción educativa centrado en los tipos de intelectuales y las clases de funciones que desempeñan en la sociedad, y una nueva estrategia educativa que puede renovar también el sistema de educación propiamente dicho, o sea, la enseñanza primaria, secundaria y terciaria. En cuanto a la teoría general de la educación de Gramsci, nosotros creemos que en la sociedad moderna el nuevo tipo de intelectual puede encontrarse más fácilmente entre los administradores y gerentes de la industria y los servicios, en los altos cargos de la administración pública y en la burocracia central y local, así como en la profesión docente y el sector cada vez más importante de la formación profesional y del trabajo, más que entre los tradicionales círculos "académicos", que sin embargo parecen desempeñar todavía el papel de dirigentes de la opinión. Estos últimos intelectuales se están convirtiendo, más o menos conscientemente, en un telón ideológico de operaciones políticas y culturales, decididas y ejecutadas no por ellos, sino a través de ellos. Es posible no estar de acuerdo con el análisis y la estrategia educativa de Gramsci. Pero es innegable que nunca antes se había intentado un estudio de la historia de los intelectuales y de la organización de la cultura. Los intelectuales del tipo tradicional parecen ser expertos y especialistas en todas las materias, excepto en ellos mismos. Esto es bastante significativo y puede explicarse por la arrogancia ( y la ilusión) de creerse el "sujeto" y no el "objeto" del conocimiento. No obstante, para la función intelectual en general, y para los intelectuales de nuevo cuño, la falta de conciencia de su papel real en la sociedad podría crear un peligro mayor para la democracia; que los procesos reales de adopción de decisiones, a saber los que están relacionados con la hegemonía cultural y política en la sociedad, se desplacen de su terreno "natural", el institucional y constitucional, donde es fácil ejercer el control popular, y sean asumidos por poderes ocultos, no sujetos a ningún control democrático. Por último, en cuanto al sistema visible de la educación, el planteamiento de Gramsci no significa que la educación escolar y universitaria sean irrelevantes en el contexto de la estrategia de la educación orientada hacia el pensamiento crítico. Se trata más bien de innovar los métodos, contenidos y organización del estudio, en consonancia con lo siguiente: una vinculación más estrecha entre la escuela y el trabajo, y entre la teoría y la práctica; una creciente atención a la historia de la organización del trabajo y de la cultura, y por consiguiente un mayor interés en el estudio de la "fortuna", es decir, las diferentes interpretaciones de los clásicos y las teorías; y en último término, pero no de menor importancia, un debate abierto sobre los objetivos de la educación y los valores en que se basa la acción educativa en una sociedad determinada. Además, esta nueva estrategia y método de la educación afecta a la condición profesional de los docentes, en la medida en que éstos no se vean a sí mismos como intelectuales tradicionales, y por consiguiente independientes de las presiones sociales y políticas. La educación como proceso de conformismo y hegemonía puede perturbar a la mayoría de los docentes, y en particular a los que tratan de ayudar a sus alumnos a alcanzar un mayor grado de libertad e independencia personal. No obstante, la toma de conciencia por parte del maestro con respecto a la hegemonía política como proceso educativo para bien o para mal, podría ser el punto de partida de una nueva profesionalidad de los maestros y los educadores27.
Notas
1. Atilio Monasta (Italia). Profesor de educación experimental en la Universidad de Florencia y coordinador de la Red de Programas Universitarios de Cooperación en el ámbito de las ciencias de la educación (NICOPED), de la Comunidad Europea. Tiene una vasta experiencia profesional en tanto que profesor de enseñanza secundaria (historia, filosofía, psicología y educación) y también como sindicalista y administrador de la formación industrial y de la formación de formadores en Toscana. Actualmente se interesa por la teoría y la historia de la educación, por la función de los intelectuales en la sociedad y por la relación entre educación e ideología. Ultima obra publicada: L’educazione tradita: criteri per una diversa valutazione complessiva dei Quaderni del carcere di A. Gramsci [La educación traicionada: criterios para una evaluación global diferente de los Cuadernos de prisión de A. Gramsci] (1985) 2. Antonio Gramsci, Quaderni del carcere, editado por Valentino Gerratana, Turín, Einaudi, 1975 (referido como Q en estas notas). 3. Obras de Gramsci publicadas en español: El compromiso histórico, Barcelona, Crítica, 1978. Pequeña antología política, Barcelona, Fontanella, 1977. Debate sobre los consejos de fábrica, Barcelona, Anagrama, 1977. La alternativa pedagógica, Barcelona, Fontamara, 1981. El árbol del erizo, Barcelona, Bruguera, 1981. Introducción a la filosofía de la praxis, Barcelona, Planeta-Agostini, 1986. Introducción al estudio de la filosofía, Barcelona, Crítica, 1985. Cuadernos de la cárcel, México D.F., Era, 1981, 1984, 1985, 1986. Los intelectuales y la organización de la cultura, Buenos Aires, Nueva Visión, 1984. Cultura y literatura, Barcelona, Ediciones 62, 1966. La política y el estado moderno, Barcelona, Península, 1971. 4. La primera traducción al italiano de F.W. Taylor The Principles of Scientific Management data de 1911. En 1909 Maria Montessori, la primera italiana que se tituló en medicina, había publicado Il metodo della pedagogia scientifica applicata all’educazione dell’infanzia (El método de la pedagogía científica aplicada a la educación de la infancia). 5. Antonio Gramsci, Lettere dal carcere, editado por S. Caprioglio y F. Fubini, Turín, Einaudi, 1965, págs. 57-60. 6. Carta del 15 de diciembre de 1930, ibid, págs. 389-92. 7. Los escritos de Gramsci anteriores a su encarcelamiento fueron publicados por Einaudi después de los seis volúmenes de los cuadernos de la cárcel (véase más abajo, nota 10). La mayoría de estos escritos se han recogido en cinco volúmenes: Antonio Gramsci L’ordine nuevo (1919-20), Turín, Einaudi, 1954; Scritti giovanili (1914-18), Turín, Einaudi, 1958; Sotto la mole (1916-20), Turín, Einaudi, 1960; Socialismo e fascismo: L’ordine Nuovo (1921-22), Turín, Einaudi, 1966; La costruzione del Partito Comunista (1923- 26), Turín, Einaudi, 1971. Su famoso ensayo sobre la "cuestión meridional", que Gramsci estaba escribiendo cuando fue detenido, y que por consiguiente, quedó sin terminar, se publicó en 1966 (Antonio Gramsci, La questione meridionale, Roma, Editori Riuniti, 1966). 8. Antonio Gramsci, Lettere dal carcere, Turín, Einaudi, 1947; actualmente se dispone de una edición más completa (véase nota 5). 9. Leonardo Paggi, Gramsci e il moderno principe. I-Nella crisi del socialismo italiano, Roma, Editori Riuniti, 1970, Introducción, pág. xi. 10. Antonio Gramsci, Il materialismo storico e la filosofia di Benedetto Croce, Turín, Einaudi, 1948; Gli intellettuali e l’organizzazione della cultura, Turín, Einaudi, 1948; Il Risorgimento, Turín, Einaudi, 1949; Note sul Machiavelli, la politica e lo Stato moderno, Turín, Einaudi, 1949; Letteratura e vita nazionale, Turín, Einaudi, 1950; Passato e presente, Turín, Einaudi, 1951. 11. Véase la nota 2. 12. Véase Attilio Monasta, L’educazione tradita: criteri per una diversa valutazione complessiva dei Quaderni del carcere di Antonio Gramsci, Pisa, Giardini, 1985. (2_ edición: Florencia, McColl Publisher, 1993). 13. Q, p. 1513. 14. Q, p. 1514. 15. Q, p. 1516. 16. Q, p. 1551. La parte central del duodécimo cuaderno está dedicada a un análisis del sistema escolar italiano y la necesidad de apartarse del viejo "principio educativo" clásico para adoptar uno nuevo, en el que se base una escuela unificada y global para todos. En la primera edición de los cuadernos de la cárcel, los textos del duodécimo cuaderno se dividieron en tres partes distintas: la conclusión se incluyó en la primera parte, como una simple explicación de la definición del nuevo tipo de intelectuales, y los textos más largos sobre la escuela y "la búsqueda de un principio educativo" se colocaron detrás de una larga serie de notas sobre diversos tipos de "intelectuales". Ello reforzó pues la brecha tradicional entre los "intelectuales" y la educación. 17. Q, p. 2010. El título de esta nota en su primera versión es aún más significativo: "El liderazgo político antes y después de la conquista del gobierno". 18. Q. pp. 1375-1376. 19. Q, pp. 2160-2161. 20. Harold Entwistle, Antonio Gramsci: Conservative Schooling for Radical Politics, Londres, Routledge & Kegan Paul, 1980. 21. Q, p. 114. 22. Q, p. 1549. 23. Q, p. 1720. 24. Q, p. 507. 25. Véase el glosario que figura al final del prólogo a la obra de Antonio Gramsci, Il materialismo storico e la filosofia di Benedetto Croce, op. cit, p. xix-xx. 26. Véase la reseña de Nigel Grant del libro de H. Entwistle en Comparative Education (Abingdon, Reino Unido, Carfax), Vol. 17, N_ 1, marzo de 1981, p. 97. 27. Attilio Monasta (Ed.), The Children of Japhet: a European Programme for the New Professionality of Teachers and Trainers, Florencia, McColl Publisher, 1989.
Referencias
Los estudios escritos sobre Gramsci son numerosísimos. La principal bibliografía, aunque relativamente antigua, puede encontrarse en: Biondi, M. Guide bibliografica a Gramsci. Cesena, Italia, Librería Adamo Bettini, 1977.
A continuación figuran unas pocas referencias esenciales a las fuentes más esenciales y útiles.
Alighiero Manacorda, M. Il principio educativo in Gramsci. Roma, Armando, 1970. Anderson, P. The Antinomies of Antonio Gramsci. New Left Review (Londres), 1976-77, N_ 100. ———. Antonio Gramsci: le sue idee nel nostro tempo. Roma, L’Unità, 1987. Asor Rosa, A. Intellettuale e classe operaia. Florencia, La Nuova Italia, 1973. Bergami, G. Gramsci: comunista critico. Milán, Angeli, 1981. Broccoli, A. Antonio Gramsci e l’educazione come egemonia. Florencia, La Nuova Italia, 1972. Buci-Glucksmann, C. Gramsci et l’Etat, París, Fayard, 1975.
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martes, 20 de agosto de 2013

JOHN DEWEY: La influencia de Dewey sigue siendo discutida hoy día respecto a los fallos del sistema escolar estadounidense: por un lado, es criticado por los conservadores fundamentalistas, y por otra parte es considerado el «precursor inspirador de los reformadores partidarios de una enseñanza “centrada en el niño”»



El texto que sigue se publicó originalmente en Perspectivas: revista trimestral de educación comparada (París, UNESCO: Oficina Internacional de Educación), vol. XXIII, nos 1-2, 1993, págs. 289-305. ©UNESCO: Oficina Internacional de Educación, 1999 Este documento puede ser reproducido sin cargo alguno siempre que se haga referencia a la fuente

JOHN DEWEY (1859-1952) 

Robert B. Westbrook1

John Dewey fue el filósofo norteamericano más importante de la primera mitad del siglo XX. Su carrera abarcó la vida de tres generaciones y su voz pudo oirse en medio de las controversias culturales de los Estados Unidos (y del extranjero) desde el decenio de 1890 hasta su muerte en 1952, cuando tenía casi 92 años. A lo largo de su extensa carrera, Dewey desarrolló una filosofía que abogaba por la unidad entre la teoría y la práctica, unidad que ejemplificaba en su propio quehacer de intelectual y militante político. Su pensamiento se basaba en la convicción moral de que “democracia es libertad”, por lo que dedicó toda su vida a elaborar una argumentación filosófica para fundamentar esta convicción y a militar para llevarla a la práctica (Dewey, 1892, pág. 8). El compromiso de Dewey con la democracia y con la integración de teoría y práctica fue sobre todo evidente en su carrera de reformador de la educación. Cuando se hizo cargo de su puesto en la universidad de Chicago en el otoño de 1894, Dewey escribía a su esposa Alice: “A veces pienso que dejaré de enseñar directamente filosofía, para enseñarla por medio de la pedagogía” (Dewey, 1894). Aunque en realidad nunca dejó de enseñar directamente filosofía, las opiniones filosóficas de Dewey probablemente llegaron a un mayor número de lectores por medio de las obras destinadas a los educadores, como The school and society (1899) (La escuela y la sociedad), How we think (1910) (Cómo pensamos), Democracy and education (1916) (Democracia y educación) y Experience and education (1938) (Experiencia y educación), que mediante las destinadas principalmente a sus compañeros filósofos y, como él mismo dijo, Democracy and education fue lo que más se parecía a un resumen de “toda su postura filosófica” (Dewey, 1916). No es una casualidad, observaba, si como él, muchos grandes filósofos se interesan por los problemas de la educación, ya que existe “una estrecha y esencial relación entre la necesidad de filosofar y la necesidad de educar”. Si filosofía es sabiduría –la visión de una “manera mejor de vivir”–, la educación orientada conscientemente constituye la praxis del filósofo. “Si la filosofía ha de ser algo más que una especulación ociosa e inverificable, tiene que estar animada por el convencimiento de que su teoría de la experiencia es una hipótesis que sólo se realiza cuando la experiencia se configura realmente de acuerdo con ella, lo que exige que la disposición humana sea tal que se desee y haga lo posible por realizar ese tipo de experiencia”. Esta configuración de la disposición humana puede conseguirse mediante diversos agentes, pero en las sociedades modernas la escuela es el más importante y como tal constituye un lugar indispensable para que una filosofía se plasme en “realidad viva” (Dewey, 1912-1913, págs. 298, 306 y 307). Los esfuerzos de Dewey por dar vida a su propia filosofía en las escuelas estuvieron acompañados de controversias y hasta hoy día siguen siendo un punto de referencia en los debates acerca de los fallos del sistema escolar norteamericano: el enemigo encarnizado de los conservadores fundamentalistas es considerado como el precursor inspirador de los reformadores partidarios de una enseñanza “centrada en el niño”. En estos debates, ambos bandos suelen leer erróneamente a Dewey, sobreestimando su influencia y subestimando los ideales democráticos que animaban su pedagogía.
Advenimiento de un pedagogo
John Dewey nació en Burlington (Vermont) en 1859, hijo de un comerciante. Se graduó en la Universidad de Vermont en 1879 y después de un breve período como maestro de escuela en Pennsylvania y en Vermont continuó sus estudios en el departamento de filosofía de la universidad John Hopkins, primera institución que organizó los estudios universitarios basándose en el modelo alemán. Allí recibió la influencia de George S. Morris, un idealista neohegeliano. Al obtener el doctorado en 1884 con una tesis sobre la psicología de Kant, Dewey acompañó a Morris a la universidad de Michigan, donde lo sucedió en la dirección del departamento de filosofía.
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Cuando vivía en Michigan, Dewey conoció a su futura esposa, Alice Chipman, que era una de sus estudiantes. Alice llegó a la universidad después de varios años de maestra en escuelas de Michigan e influyó más que nadie en la orientación que tomarían sus intereses a finales del decenio de 1880. Dewey reconoció que ella había dado “sentido y contenido” a su labor y que tuvo una influencia importante en la formación de sus ideas pedagógicas (Jane Dewey, 1951, pág. 21). Cuando se casó, Dewey empezó a interesarse activamente por la enseñanza pública y fue miembro fundador y administrador del Club de Doctores de Michigan, que fomentó la cooperación entre docentes de enseñanza media y de enseñanza superior del Estado. Cuando el presidente de la recién fundada universidad de Chicago, William Rainey Harper, le invitó a esa nueva institución Dewey insistió para que su nombramiento incluyera la dirección de un nuevo departamento de pedagogía, consiguiendo que se creara una “escuela experimental” para poder poner sus ideas a prueba. Durante los 10 años que pasó en Chicago (1894-1904), Dewey elaboró los principios fundamentales de su filosofía de la educación y empezó a vislumbrar el tipo de escuela que requerían sus principios.
Pragmatismo y pedagogía
Durante el decenio de 1890, Dewey pasó gradualmente del idealismo puro para orientarse hacia el pragmatismo y el naturalismo de la filosofía de su madurez. Sobre la base de una psicología funcional que debía mucho a la biología evolucionista de Darwin y al pensamiento del pragmatista William James, empezó a desarrollar una teoría del conocimiento que cuestionaba los dualismos que oponen mente y mundo, pensamiento y acción, que habían caracterizado a la filosofía occidental desde el siglo XVII Para él, el pensamiento no es un conglomerado de impresiones sensoriales, ni la fabricación de algo llamado “conciencia”, y mucho menos una manifestación de un “Espíritu absoluto”, sino una función mediadora e instrumental que había evolucionado para servir los intereses de la supervivencia y el bienestar humanos. Esta teoría del conocimiento destacaba la “necesidad de comprobar el pensamiento por medio de la acción si se quiere que éste se convierta en conocimiento”. Dewey reconoció que esta condición se extendía a la propia teoría (Mayhew y Edwards, 1966, p. 464). Sus trabajos sobre la educación tenían por finalidad sobre todo estudiar las consecuencias que tendría su instrumentalismo para la pedagogía y comprobar su validez mediante la experimentación. Dewey estaba convencido de que muchos problemas de la práctica educativa de su época se debían a que estaban fundamentados en una epistemología dualista errónea –epistemología que atacó en sus escritos del decenio de 1890 sobre psicología y lógica–, por lo que se propuso elaborar una pedagogía basada en su propio funcionalismo e instrumentalismo. Tras dedicar mucho tiempo a observar el crecimiento de sus propios hijos, Dewey estaba convencido de que no había ninguna diferencia en la dinámica de la experiencia de niños y adultos. Unos y otros son seres activos que aprenden mediante su enfrentamiento con situaciones problemáticas que surgen en el curso de las actividades que han merecido su interés. El pensamiento constituye para todos un instrumento destinado a resolver los problemas de la experiencia y el conocimiento es la acu- mulación de sabiduría que genera la resolución de esos problemas. Por desgracia, las conclusiones teóricas de este funcionalismo tuvieron poco impacto en la pedagogía y en las escuelas se ignoraba esta identidad entre la experiencia de los niños y la de los adultos. Dewey afirmaba que los niños no llegaban a la escuela como limpias pizarras pasivas en las que los maestros pudieran escribir las lecciones de la civilización. Cuando el niño llega al aula “ya es intensamente activo y el cometido de la educación consiste en tomar a su cargo esta actividad y orientarla” (Dewey, 1899, pág. 25). Cuando el niño empieza su escolaridad, lleva en sí cuatro “impulsos innatos –el de comunicar, el de construir, el de indagar y el de expresarse de forma más precisa”– que constituyen “los recursos naturales, el capital para invertir, de cuyo ejercicio depende el crecimiento activo del niño” (Dewey, 1899, pág. 30). El niño también lleva consigo intereses y actividades de su hogar y del entorno en que vive y al maestro le incumbe la tarea de utilizar esta “materia prima” orientando las actividades hacia “resultados positivos” (Mayhew y Edwards, 1966, pág. 41). Esta argumentación enfrentó a Dewey con los partidarios de una educación tradicional “centrada en el programa” y también con los reformadores románticos que abogaban por una pedagogía “centrada en el niño”. Los tradicionalistas, a cuyo frente se encontraba William Torrey Harris, Comisionado de Educación de los Estados Unidos, eran favorables a una instrucción disciplinada y gradual de la sabiduría acumulada por la civilización. La asignatura constituía la meta y determinaba los métodos de enseñanza. Del niño se esperaba simplemente “que recibiera, que aceptara. Ha cumplido su papel cuando se muestra dócil y disciplinado” (Dewey, 1902, pág. 276). En cambio, los partidarios de la educación centrada en el niño, como G. Stanley Hall y
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destacados miembros de la National Herbart Society, afirmaban que la enseñanza de asignaturas debía subordinarse al crecimiento natural y desinhibido del niño. Para ellos, la expresión de los impulsos naturales del niño constituía el “punto de partida, el centro, el fin” (ibid.). Estas diferentes escuelas de pensamiento libraban un feroz combate en el decenio de 1890. Los tradicionalistas defendían los conocimientos duramente adquiridos a lo largo de siglos de lucha intelectual y consideraban que la educación centrada en el niño era caótica, anárquica, una rendición de la autoridad de los adultos, mientras que los románticos celebraban la espontaneidad y el cambio y acusaban a sus adversarios de reprimir la individualidad de los niños mediante una pedagogía tediosa, rutinaria y despótica. Para Dewey, este debate era el reflejo de otro pernicioso dualismo, al que se opuso. Según él, podía resolverse la controversia si ambos bandos “se deshacen de la idea funesta de que hay una oposición (más que una diferencia de grado) entre la experiencia del niño y los diversos temas que abordará durante sus estudios. En lo que se refiere al niño, hay que saber si su experiencia ya contiene en ella elementos –hechos y verdades– del mismo tipo de los que constituyen los estudios elaborados por adultos; y, lo que es más importante, en qué forma contiene las actitudes, los incentivos y los intereses que han contribuido a desarrollar y organizar los programas lógicamente ordenados. En lo que se refiere a los estudios, se trata de interpretarlos como el resultado orgánico de las fuerzas que intervienen en la vida del niño y de descubrir los medios de brindar a la experiencia del niño una madurez más rica” (ibid. pág. 277-278). Es bien conocida la crítica de Dewey a los tradicionalistas por no relacionar las asignaturas del programa de estudios con los intereses y actividades del niño. En cambio, a menudo se pasan por alto sus ataques contra los partidarios de la educación centrada en el niño por no relacionar los intereses y actividades del niño con las asignaturas del programa. Algunos críticos de la teoría pedagógica de Dewey han confundido su postura con la de los románticos, pero él diferenciaba claramente su pedagogía de la de aquéllos. El peligro del romanticismo, decía, es que considera “las facultades e intereses del niño como algo importante de por sí” (Ibid. pág. 280). Sería erróneo cultivar las tendencias e intereses de los niños “tal como son”. Una educación eficaz requiere que el maestro explote estas tendencias e intereses para orientar al niño hacia su culminación en todas las materias, ya sean científicas, históricas o artísticas. “En realidad, los intereses no son sino aptitudes respecto de posibles experiencias; no son logros; su valor reside en la fuerza que proporcionan, no en el logro que representan” (ibid.). Las asignaturas del programa ilustran la experiencia acumulada por la humanidad y hacia esto apunta la experiencia inmadura del niño. Y Dewey concluía con estas palabras: “Los hechos y certezas que entran en la experiencia del niño y los que figuran en los programas estudiados constituyen los términos iniciales y finales de una realidad. Oponer ambas cosas es oponer la infancia a la madurez de una misma vida; es enfrentar la tendencia en movimiento y el resultado final del mismo proceso; es sostener que la naturaleza y el destino del niño se libran batalla” (ibid. pág. 278). La pedagogía de Dewey requiere que los maestros realicen una tarea extremadamente difícil, que es “reincorporar a los temas de estudio en la experiencia” (ibid., pág. 285). Los temas de estudio, al igual que todos los conocimientos humanos, son el producto de los esfuerzos del hombre por resolver los problemas que su experiencia le plantea, pero antes de constituir ese conjunto formal de conocimientos, han sido extraídos de las situaciones en que se fundaba su ela- boración. Para los tradicionalistas, estos conocimientos deben imponerse simplemente al niño de manera gradual, determinada por la lógica del conjunto abstracto de certezas, pero presentado de esta forma, ese material tiene escaso interés para el niño, y además, no le instruye sobre los métodos de investigación experimental por los que la humanidad ha adquirido ese saber. Como consecuencia de ello, los maestros tienen que apelar a motivaciones del niño que no guardan relación con el tema estudiado, por ejemplo, el temor del niño al castigo y a la humillación, con el fin de conseguir una apariencia de aprendizaje. En vez de imponer de esta manera la materia de estudio a los niños (o simplemente dejar que se las ingenien por sí solos, como aconsejaban los románticos), Dewey pedía a los maestros que integraran la psicología en el programa de estudios, construyendo un entorno en el que las actividades inmediatas del niño se enfrenten con situaciones problemáticas en las que se necesiten conocimientos teóricos y prácticos de la esfera científica, histórica y artística para resolverlas. En realidad, el programa de estudios está ahí para recordar al maestro cuáles son los caminos abiertos al niño en el ámbito de la verdad, la belleza y el bien y para decirle: “les corresponde a ustedes conseguir que todos los días existan las condiciones que estimulen y desarrollen las facultades activas de sus alumnos. Cada niño ha de realizar su propio destino tal como se revela a ustedes en los tesoros de las ciencias, el arte y la industria” (ibid., pág. 291). Si los maestros enseñaran de esta forma, orientando el desarrollo del niño de manera no directiva, tendrían que ser, como reconocía Dewey, profesionales muy capacitados, perfectamente
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conocedores de la asignatura enseñada, formados en psicología del niño y capacitados en técnicas destinadas a proporcionar los estímulos necesarios al niño para que la asignatura forme parte de su experiencia de crecimiento. Como señalaban dos educadoras que trabajaron con Dewey, un maestro de esa índole tiene que poder ver el mundo con los ojos de niño y con los del adulto. “Como Alicia, el maestro tiene que pasar con los niños detrás del espejo y ver con las lentes de la imaginacion todas las cosas, sin salir de los límites de su experiencia; pero, en caso de necesidad, tiene que poder recuperar su visión corregida y proporcionar, con el punto de vista realista del adulto, la orientación del saber y los instrumentos del método” (Mayhew y Edwards, 1966, pág. 312). Dewey admite que la mayoría de los maestros no poseen los conocimientos teóricos y prácticos que son necesarios para enseñar de esta manera, pero consideraba que podían aprender a hacerlo.
Democracia y educación
La formación del carácter del niño, el programa moral y político de la escuela, se califican a veces de “programa oculto”, pero en el caso de Dewey este aspecto de su teoría y práctica pedagógicas no fue menos explícito, aunque bastante menos radical, que el resto de los objetivos asignados al programa de estudios. Dewey no dudaba en afirmar que “la formación de un cierto carácter” constituía “la única base verdadera de una conducta moral”, ni en identificar esta “conducta moral” con la práctica democrática (Dewey, 1897b). Según Dewey, las personas consiguen realizarse utilizando sus talentos peculiares a fin de contribuir al bienestar de su comunidad, razón por la cual la función principal de la educación en toda sociedad democrática es ayudar a los niños a desarrollar un “carácter” –conjunto de hábitos y virtudes que les permita realizarse plenamente de esta forma. Consideraba que, en su conjunto, las escuelas norteamericanas no cumplían adecuadamente esta tarea. La mayoría de las escuelas empleaban métodos muy “individualistas” que requerían que todos los alumnos del aula leyeran los mismos libros simultáneamente y recitaran las mismas lecciones. En estas condiciones, se atrofian los impulsos sociales del niño y el maestro no puede aprovechar el “deseo natural del niño de dar, de hacer, es decir, de servir (Dewey, 1897a, pág. 64). El espíritu social se sustituye por “motivaciones y normas fuertemente individualistas”, como el miedo, la emulación, la rivalidad y juicios de superioridad e inferioridad, debido a lo cual los más débiles pierden gradualmente su sentimiento de capacidad y aceptan una posición de inferioridad continua y duradera”, mientras que los más fuertes alcanzan la gloria, no por sus méritos, sino por ser más fuertes” (Dewey, 1897a, págs. 64 y 65). Dewey afirmaba que para que la escuela pudiera fomentar el espíritu social de los niños y desarrollar su espíritu democrático tenía que organizarse en comunidad cooperativa. La educación para la democracia requiere que la escuela se convierta en “una institución que sea, provisionalmente, un lugar de vida para el niño, en la que éste sea un miembro de la sociedad, tenga conciencia de su pertenencia y a la que contribuya” (Dewey, 1895, p. 224). La creación en el aula de las condiciones favorables para la formación del sentido democrático no es tarea fácil, ya que los maestros no pueden imponer ese sentimiento a los alumnos; tienen que crear un entorno social en el que los niños asuman por sí mismos las responsabilidades de una vida moral democrática. Ahora bien, señalaba Dewey, este tipo de vida “sólo existe cuando el individuo aprecia por sí mismo los fines que se propone y trabaja con interés y dedicación personal para alcanzarlos” (Dewey, 1897a, pág. 77). Dewey reconocía que pedía mucho a los maestros y por ello, al describir su función e importancia social a finales del decenio de 1890, volvió a recurrir al evangelismo social, que había abandonado, llamando al maestro “el anunciador del verdadero reino de Dios” (Dewey, 1897b, pág. 95). Como da a entender en su testamento, la teoría educativa de Dewey está mucho menos centrada en el niño y más en el maestro de lo que se suele pensar. Su convicción de que la escuela, tal como la concibe, inculcará en el niño un carácter democrático se basa menos en la confianza en las “capacidades espontáneas y primitivas del niño” que en la aptitud de los maestros para crear en clase un entorno adecuado “para convertirlas en hábitos sociales, fruto de una comprensión inteligentede su responsabilidad” (Dewey, 1897b, págs. 94 y 95). La confianza de Dewey en los maestros también reflejaba su convicción, en el decenio de 1890, de que “la educación es el método fundamental del progreso y la reforma social” (Dewey, 1897b, pág. 93). Hay una cierta lógica en ello. En la medida en que la escuela desempeña un papel decisivo en la formación del carácter de los niños de una sociedad, puede, si se la prepara para ello, transformar fundamentalmente esa sociedad. La escuela constituye una especie de caldo de cultivo que puede influenciar eficazmente el curso de su evolución. Si los maestros desempeñaran realmente bien su trabajo, apenas se necesitaría reforma: del aula podría surgir una comunidad democrática y cooperativa.
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La dificultad estriba en que la mayoría de las escuelas no han sido concebidas para transformar la sociedad, sino para reproducirla. Como decía Dewey, “el sistema escolar siempre ha estado en función del tipo de organización de la vida social dominante” (Dewey, 1896b, pág. 285). Así pues, las convicciones acerca de las escuelas y los maestros que esbozó en su credo pedagógico no apuntaban tanto a lo que era, sino a lo que podría ser. Para que las escuelas se convirtieran en agentes de reforma social y no de reproducción social, era preciso reconstruirlas por completo. Tal era el objetivo más ambicioso de Dewey como reformador educativo: transformar las escuelas norteamericanas en instrumentos de la democratización radical de la sociedad americana.
La escuela de Dewey
Dewey declaró en 1896 que “la escuela es la única forma de vida social que funciona de forma abstracta y en un medio controlado, que es directamente experimental, y si la filosofía ha de convertirse en una ciencia experimental, la construcción de una escuela es su punto de partida” (Dewey, 1896a, pág. 244). Dewey llegó a Chicago con la idea de establecer una “escuela experimental” por cuenta propia. En 1894 decía a su esposa: “Cada vez tengo más presente en mi mente la imagen de una escuela; una escuela cuyo centro y origen sea algún tipo de actividad verdaderamente constructiva, en la que la labor se desarrolle siempre en dos direcciones: por una parte, la dimensión social de esta actividad constructiva, y por otra, el contacto con la naturaleza que le proporciona su materia prima. En teoría puedo ver cómo, por ejemplo, el trabajo de carpintería necesario para la construcción de una maqueta será el centro de una formación social por una parte y de una formación científica por otra, todo ello acompañado de un entrenamiento físico, concreto y positivo de la vista y la mano” (Dewey, 1894). Dewey defendió ante los funcionarios universitarios una escuela que, manteniendo “la labor teórica en contacto con las exigencias de la práctica” constituiría el componente fundamental de un departamento de pedagogía –“el elemento esencial de todo el sistema”–, para lo que consiguió el apoyo de Harper, firmemente comprometido en la campaña a favor de la reforma educativa en Chicago (Dewey, 1896c, pág. 434). En enero de 1896, abrió sus puertas la Escuela experimental de la universidad de Chicago. Empezó con 16 alumnos y 2 maestros, pero en 1903 ya impartía enseñanza a 140 alumnos y contaba con 23 maestros y 10 asistentes graduados. La mayoría de los alumnos procedían de familias de profesiones liberales y muchos eran hijos de colegas de Dewey. La institución pronto se conoció con el nombre de “Escuela de Dewey” ya que las hipótesis que se experimentaban en ese laboratorio eran estrictamente las de la psicología funcional y la ética democrática de Dewey. En el núcleo del programa de estudios de la Escuela de Dewey figuraba lo que éste denominaba “ocupación”, es decir, “un modo de actividad por parte del niño que reproduce un tipo de trabajo realizado en la vida social o es paralelo a él” (Dewey, 1899, pág. 92). Los alumnos, divididos en once grupos de edad, llevaban a cabo diversos proyectos centrados en distintas profesiones históricas o contemporáneas. Los niños más pequeños (de 4 y 5 años), realizaban actividades que conocían por sus hogares y entorno: cocina, costura, carpintería. Los niños de 6 años construían una granja de madera, plantaban trigo y algodón, lo transformaban y vendían su producción en el mercado. Los niños de 7 años estudiaban la vida prehistórica en cuevas que habían construido ellos mismos, y los de 8 años centraban su atención en la labor de los navegantes fenicios y de los aventureros posteriores, como Marco Polo, Colón, Magallanes y Robinson Crusoe. La historia y la geografía locales centraban la atención de los niños de 9 años, y los de 10 estudiaban la historia colonial mediante la construcción de una copia de una habitación de la época de los pioneros. El trabajo de los grupos de niños de más edad se centraba menos estrictamente en periodos históricos particulares (aunque la historia seguía siendo parte importante de sus estudios) y más en los experimentos científicos de anatomía, electromagnetismo, economía política y fotografía. Los alumnos de 13 años de edad, que habían fundado un club de debates, necesitaban un lugar de reunión, lo que los llevó a construir un edificio de dimensiones importantes, proyecto en el que participaron los niños de todas las edades en una labor cooperativa que para muchos constituyó el momento culminante de la historia de la escuela. Habida cuenta de que las actividades ocupacionales se encaminaban, por una parte al estudio científico de los materiales y procesos que requería su realización, y por otra parte hacia su función en la sociedad y la cultura, el interés temático por las ocupaciones proporcionó no sólo la ocasión para una formación manual y una investigación histórica, sino también para un trabajo en matemáticas, geología, física, biología, química, artes, música e idiomas.  Como escribió Dewey, en la Escuela experimental “el niño va a la escuela para hacer cosas: cocinar, coser, trabajar la madera y fabricar herramientas mediante actos de construcción sencillos; y en este contexto y
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como consecuencia de esos actos se articulan los estudios: lectura, escritura, cálculo, etc.” (Dewey, 1896a, pág. 245). La lectura, por ejemplo, se enseñaba cuando los niños empezaban a reconocer su utilidad para resolver los problemas con que se enfrentaban en sus actividades prácticas. Dewey afirmaba que “cuando el niño entiende la razón por la que ha de adquirir un conocimiento, tendrá gran interés en adquirirlo. Por consiguiente, los libros y la lectura se consideran estrictamente como herramientas” (Mayhew y Edwards, 1966, pág. 26.) Katherine Camp Mayhew y Anna Camp Edwards, que enseñaron en la Escuela experimental, reseñaron posteriormente este notable experimento educativo, presentando pruebas del éxito conseguido por Dewey y sus colegas al poner en práctica sus teorías, algo que también confirma el testimonio de otros observadores menos favorables. Bastará citar un solo ejemplo. Los alumnos de 6 años, basándose en la experiencia adquirida en actividades domésticas en la escuela de párvulos, centraron su labor en “las ocupaciones útiles en el hogar”. Construyeron una maqueta de granja y sembraron trigo en el patio de la escuela. Al igual que en la mayoría de las actividades de construcción de la escuela, la edificación de la maqueta de granja les permitió aprender ciertas nociones de matemáticas: “Cuando construyeron la granja, tuvieron que dividirla en varios campos para sembrar trigo, maíz y avena; y pensar también dónde instalarían la casa y el granero. Para ello, los niños utilizaron como unidad de medida una regla de un pie y empezaron a entender lo que significaba “un cuarto” y “una mitad”. Aunque las divisiones no eran exactas, bastaban para poder delimitar la granja. A medida que iban conociendo la unidad de medida y descubrían el medio pie, el cuarto de pie y la pulgada, su trabajo fue más preciso... Cuando construyeron la casa, necesitaron cuatro postes para las esquinas y seis o siete listones de la misma altura. Los niños podían equivocarse al medir los listones, de manera que las medidas tenían que repetirse dos o tres veces antes de que fueran exactas. Lo que habían hecho en un lado de la casa tuvieron que repetirlo después en el otro. Naturalmente, su trabajo ganaba en rapidez y precisión la segunda vez” (Mayew y Edwards, 1966, págs. 83-84). Ejemplos como éste muestran no sólo cómo el interés del niño por una actividad concreta (construcción de una maqueta de granja) sirve de fundamento para enseñar un tema de estudio (medidas y fracciones matemáticas), sino también cómo familiarizarlo con los métodos empíricos de solución de problemas, en los que los errores constituyen una parte importante del aprendizaje. La clave de la pedagogía de Dewey consistía en proporcionar a los niños “experiencias de primera mano” sobre situaciones problemáticas, en gran medida a partir de experiencias propias, ya que en su opinión “la mente no está realmente liberada mientras no se creen las condiciones que hagan necesario que el niño participe activamente en el análisis personal de sus propios problemas y participe en los métodos para resolverlos (al precio de múltiples ensayos y errores)” (Dewey, 1903, pág. 237). Al leer las descripciones y reseñas de la Escuela experimental, se hace difícil entender que algunos críticos de Dewey lo consideraran favorable a una educación progresista “sin objetivos”. Dewey declaró explícitamente sus objetivos didácticos, que se hicieron realidad en la práctica diaria de los maestros con los que trabajó. Dewey, al igual que el más acérrimo de los tradicionalistas, valoraba el conocimiento acumulado de la humanidad y quería que en la escuela elemental los niños tuvieran acceso a los conocimientos de las ciencias, la historia y las artes. También quería enseñarles a leer y escribir, a contar, a pensar científicamente y a expresarse de forma estética. En lo que se refiere a los temas de estudio, los objetivos educativos de Dewey eran bastante convencionales, sólo sus métodos resultaban innovadores y radicales, pero esos objetivos, por convencionales que fuesen, estaban claramente enunciados. Por importante que fuera la Escuela como campo de experimentación de la psicología funcional y el pragmatismo de Dewey, todavía fue más importante como expresión de su ética y su teoría democrática. En sus propias palabras, “lo primordial era la función social de la educación”` (Mayhew y Edwards, 1966, pág. 467). La Escuela de Dewey era ante todo un experimento sobre educación para la democracia. Según todos los testimonios, Dewey tuvo un notable éxito en lo que se refiere a la creación de una comunidad democrática en la Escuela experimental. Los niños participaban en la planificación de sus proyectos, cuya ejecución se caracterizaba por una división cooperativa del trabajo en la que las funciones de dirección se asumían por turno. Además, se fomentaba el espíritu democrático, no sólo entre los alumnos de la escuela sino también entre los adultos que trabajaban en ella. Dewey se mostró muy crítico con las escuelas que no dejaban que los maestros participasen en las decisiones que influían en la dirección de la educación pública. Reprobaba en especial a los reformadores que conseguían arrebatar el control de las escuelas de manos de los políticos corruptos sólo para conceder enormes poderes autocráticos a los nuevos directores escolares. Esta crítica era consecuencia del interés de Dewey por llevar la democracia, más allá de la política, hasta el lugar de trabajo. En sus propias palabras, “¿Qué significa la democracia si no
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que cada persona tiene que participar en la determinación de las condiciones y objetivos de su propio trabajo y que, en definitiva, gracias a la armonización libre y recíproca de las diferentes personas, la actividad del mundo se hace mejor que cuando unos pocos planifican, organizan y dirigen, por muy competentes y bien intencionados que sean esos pocos?”` (Dewey, 1903, pág. 233). En la Escuela experimental, Dewey intentó llevar a la práctica ese tipo de democracia en el trabajo. La labor de los maestros se organizaba de manera muy parecida a la de los niños. Los maestros se reunían semanalmente para examinar y planificar su trabajo y, aunque sin duda se veían limitados en sus críticas por la imponente presencia de Dewey, desempeñaban una función activa en la elaboración del programa escolar. Dewey no tenía realmente una estrategia para que las escuelas norteamericanas en general se convirtieran en instituciones en favor de una democracia radical. Aunque no pretendía ni esperaba que los métodos de la Escuela experimental fueran seguidos de manera estricta en otros lugares, si albergaba la esperanza de que su escuela sirviera de fuente de inspiración para los que pretendían transformar la educación pública, así como de terreno de formación y centro de investigación para los maestros y especialistas partidarios de la reforma. En este aspecto, subestimaba el hecho de que el éxito de la Escuela de Dewey se debía en cierta medida a que permanecía al margen de los conflictos, divisiones y desigualdades de la sociedad en general, aislamiento que resultaba difícil reproducir. Después de todo, se trataba de una pequeña escuela a la que asistían hijos de profesionales acomodados, dotada de profesores abnegados, bien cali- ficados y en contacto con los intelectuales de una de las mayores universidades del país. Aunque Dewey no tenía un plan preciso para convertir las escuelas en poderosas instituciones de oposición en el corazón de la cultura norteamericana, si tenía en cambio una clara visión de lo que a su juicio debían ser las escuelas en una sociedad plenamente democrática, y no sin éxito, intentó realizar esta idea en la Escuela experimental. Estaba claro que esa escuela no podía reproducirse socialmente. Aunque Dewey intentó relacionar la escuela con una vida social exterior incorporando las “ocupaciones” al núcleo del programa de estudios, suprimió conscientemente de ellas una de sus características más esenciales en la sociedad norteamericana al separarlas de las relaciones sociales de la producción capitalista y situarlas en un contexto cooperativo en el que prácticamente resultaban irreconocibles para los que las practicaban en la sociedad exterior. Explicaba que en la escuela las ocupaciones clásicas ejercidas por los alumnos están libres de toda traba económica. El objetivo no es el valor económico de los productos, sino el desarrollo de la autonomía y el conocimiento social (Dewey, 1899, pág. 12). Las ocupaciones de la escuela, libres de “preocupaciones utilitarias”, están organizadas de tal forma que “el método, el objetivo y la comprensión del trabajo estén presentes en la conciencia del que realiza el trabajo, y que su actividad tenga un significado para él” (Dewey, 1899, pág. 16). El trabajo de los niños no era un trabajo alienante, ya que no se producía en absoluto la separación entre la mano y la mente que existía en las fábricas y oficinas del país. Dewey calificó a veces la Escuela experimental de “sociedad embrionaria”, pero no se trataba en absoluto de un embrión de la sociedad que existía más allá de sus muros (Dewey, 1899, pág. 19). Lejos de prometer una reproducción de la América industrial, preconizaba más bien su reconstrucción radical. La comunidad precursora de Dewey duró muy poco y resulta irónico que su fin se debiera a la lucha por el control de la Escuela experimental por parte de los que trabajaban en ella. Dewey y sus maestros no eran los dueños del “taller”; éste pertenecía a la Universidad de Chicago. En 1904, el Presidente Harper se puso a favor de los maestros y administrativos de una escuela fundada por el Coronel Francis Parker (que se había fusionado con la Escuela de Dewey en 1903), resentidos por haber sido incorporados a la “Escuela del Sr. y la Sra. Dewey” y que temían que Alice Dewey decidiese prescindir de sus servicios. Cuando Harper despidió a Alice, Dewey dimitió y casi en el mismo momento aceptó un puesto en la universidad de Columbia, donde permaneció hasta el final de su larga carrera. La pérdida de la Escuela experimental dejó el campo libre para que otros interpretaran, aplicaran, y a menudo deformaran, las ideas pedagógicas de Dewey, que se quedó sin un extraordinario instrumento para concretizar sus ideales democráticos.
Reforma progresista
Aunque no volvió a tener nunca una escuela propia, Dewey continuó siendo un crítico activo de la educación norteamericana durante el resto de su vida profesional. También se aventuró en el extranjero para apoyar los esfuerzos reformistas en el Japón, Turquía, México, la Unión Soviética y China, país donde quizás tuvo una mayor influencia. Llegó a China en 1919, en vísperas de la aparición del Movimiento del “Cuatro de Mayo” y fue cálidamente acogido por muchos intelectuales chinos que, como dijo un historiador “asocian estrechamente el pensamiento de Dewey a la noción misma de modernidad” (Keenan, 1977, pág. 34).
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Las convicciones democráticas de Dewey también le hicieron participar en controversias con gran número de educadores “progresistas”, incluso con algunos que se consideraban fieles adeptos suyos. Atacó a los “progresistas administrativos”, que abogaban por programas de educación profesional en los que él veía una enseñanza de clase que hubiera convertido a las escuelas en un agente aún más eficaz para la reproducción de una sociedad antidemocrática. “El tipo de educación profesional que me interesa no es el que adapta a los trabajadores al régimen industrial existente; no amo suficientemente ese régimen”. En vez de ello, a su juicio, los norteamericanos debían tender hacia “un tipo de educación profesional que en primer lugar modifique el sistema laboral existente y finalmente lo transforme” (Dewey, 1915, pág. 412). Asimismo, Dewey siguió distanciándose de los progresistas románticos centrados en el niño, y en el decenio de 1920, en una declaración pública de inhabitual brusquedad, calificó este método de “realmente estúpido”, porque se limitaba a dejar que los niños siguieran sus inclinaciones naturales” (Dewey, 1926, pág. 59). Finalmente, en el decenio de 1930, se opuso incluso a los partidarios radicales del “reconstructivismo social”, cuyo pensamiento quizás estaba más próximo al suyo propio, cuando propusieron recurrir a programas de “contra-adoctrinamiento” para oponerse a una enseñanza encaminada a legitimar un orden social opresor. A su juicio, la contrapropaganda que querían llevar a cabo los radicales demostraba una falta de confianza en la fuerza de sus convicciones y en la eficacia de los medios por los que, era de suponer, habían llegado a adquirir esas convicciones. Nadie les había adoctrinado para llegar a las conclusiones acerca de los defectos de la sociedad capitalista, sino que las habían alcanzado mediante “un estudio inteligente de las fuerzas y condiciones históricas y actuales” (Dewey, 1935, pág. 415). Los demócratas radicales tenían que considerar que sus alumnos poseían capacidad para llegar a las mismas conclusiones por los mismos medios, no sólo porque era una actitud más democrática, sino también porque estas conclusiones debían estar sometidas a la vigilancia permanente que proporcionaba esa educación. “Si el método de la inteligencia ha funcionado en nuestro propio caso” se preguntaba, “¿cómo podemos suponer que no funcionará en el de nuestros alumnos y que no producirá en ellos el mismo entusiasmo e igual energía práctica?” (Dewey, 1935, pág. 415). Las críticas de Dewey contra otros reformadores solían recibirse con cortesía, pero apenas si convencieron. Pocos lo siguieron en el camino para “salir de la confusión educativa” que proponía. Para la mayoría de educadores, constituía una amenaza demasiado grande contra los métodos y las asignaturas tradicionales. Al mismo tiempo, sus consecuencias sociales eran demasiado radicales para los abanderados de la eficiencia científica, y no lo suficientemente radicales para algunos partidarios de la reconstrucción social. Aunque abogaba en favor de un programa de estudios revolucionario basado en los impulsos e intereses de los niños, respetaba demasiado la tradición y las asignaturas como para satisfacer a los románticos. Así, como dijo el historiador Herbert Kliebard “a pesar de su estatura intelectual, su fama internacional y los múltiples honores que se le rindieron, Dewey no tuvo suficientes discípulos para hacer sentir su impacto en el mundo de la práctica educativa” (Kliebard, 1986, pág. 179). De haber continuado Dewey creyendo que el maestro era “el anunciador del verdadero reino de Dios” quizás se hubiera sentido más triste de lo que sentía al ver que sus argumentos pedagógicos caían en saco roto. Después de la Primera Guerra Mundial, las escuelas dejaron de ser el punto central de su actividad. Con una visión menos ingenua de la función de la escuela en la reconstrucción social, Dewey ya no situaba el aula en el centro de su idea reformadora. Lo que antes había sido el medio fundamental de la democratización de la vida norteamericana, se convirtió en uno de los medios decisivos, pero de importancia secundaria en comparación con otras instituciones más abiertamente políticas. Dewey reconocía ahora más claramente que la escuela, al estar inextricablemente vinculada con las estructuras de poder vigentes, constituye uno de los principales instrumentos de reproducción de la sociedad de clases del capitalismo industrial, y que por consiguiente era muy difícil transformarlas en un agente de reforma democrática. Los esfuerzos por convertirlas en medio impulsor de una sociedad más democrática tropezaron con los intereses de los que querían conservar el orden social existente. Los defectos de la escuela reflejan y mantienen los defectos de la sociedad en su conjunto, los cuales no pueden corregirse sin luchar por la democracia en toda la sociedad. La escuela participará en el cambio social democrático únicamente “si se alía con algún movimiento de las fuerzas sociales existentes” (Dewey, 1934, pág. 207). Al contrario de lo que antes Dewey solía considerar, no puede constituir el vehículo que permita evadirse de la política.
El legado de Dewey
La filosofía de la educación de Dewey fue objeto de un fuerte ataque póstumo durante el decenio de 1950 por parte de los adversarios de la educación progresista, que le hicieron responsable de
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prácticamente todos los errores del sistema de enseñanza pública norteamericano. Aunque sus consecuencias reales en las escuelas de los Estados Unidos fueron bastante limitadas y los críticos conservadores se equivocaron al asimilarlo a los progresistas, a los que el propio Dewey había atacado, se convirtió en un cómodo chivo expiatorio para los “fundamentalistas”, preocupados por la disminución del nivel intelectual en las escuelas y por la amenaza que esto suponía para una nación que se encontraba en guerra fría contra el comunismo. Como escribieron dos historiadores de esa época, después del lanzamiento del satélite espacial ruso Sputnik “el creciente murmullo contra el sistema educativo se convirtió en un estruendo ensordecedor. Todos gritaron –el Presidente, el Vicepresidente, almirantes, generales, sepultureros, tenderos, limpiabotas, contrabandistas, agentes inmobiliarios, estafadores– lamentándose porque nosotros no teníamos un pedazo de metal en órbita en torno a la tierra y achacando esta tragedia a los siniestros deweyitas que habían conspirado para que el pequeño Johny no aprendiera a leer” (Miller y Nowak, 1977, pág. 254). Desde el decenio de 1950, variaciones sobre este tema vuelven a alimentar debates periódicos acerca de la situación de la educación pública norteamericana, y cada nueva campaña favorable a una vuelta a los “principios básicos” va acompañada de los consabidos ataques contra Dewey (como un reciente libro de moda de A. Bloom y E.D. Hirsch) empeñándose en presentar a Dewey como un rousseauniano romántico (Bloom, 1987, pág. 195; Hirsch, 1987, págs. 118 a 127). Digamos para concluir que, aunque tal vez haya en cada distrito escolar norteamericano por lo menos un maestro de la enseñanza pública que ha leído a Dewey y que trata de enseñar siguiendo sus principios, sus críticos han exagerado su influencia. Su legado reside menos en una práctica que en una visión crítica. La mayoría de las escuelas están lejos de ser esos “lugares supremamente interesantes” y esas “peligrosas avanzadillas de una civilización humanista” que él hubiera querido que fuesen (Dewey, 1922, pág. 334). Sin embargo, para los que quisieran que fueran precisamente eso, la obra de Dewey sigue siendo una gran fuente inspiradora.
Notas
1. Robert B. Westbrook (Estados Unidos de América). Graduado por la Universidad de Yale y por la de Stanford, fue profesor en el scripps College y en Yale antes de enseñar en la Universidad de Rochester (Nueva York), donde es profesor asociado de historia. Autor de numerosos artículos y ensayos sobre la historia cultural e intelectual americana. Es también autor de John Dewey and the American Democracy [John Dewey y la democracia americana] y de Pragmatism and politics [Pragmatismo y política].
Referencias
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Obras de Dewey
Las obras completas de John Dewey se han publicado recientemente en treinta y siete volúmenes con el título de Collected works of John Dewey (Carbondale, Southern Illinois Universiry Press, 1967- 1992). Esta compilación consta de tres series: The early works of John Dewev. 1882-1898: The middle works of John Dewey. 1899-1924: y The later works of John Dewey. 1925-1953. A continuación se enumeran las principales obras pedagógicas de Dewey, por orden cronológico de edición. También existen otras ediciones de la mayor parte de sus obras, muchas de ellas de bolsillo. “My Pedagogic Creed” (1897), Early works, Vol. 5, págs. 84-95. The school and society (1899), Middle works, Vol. 1, págs. 1-109. The educational situation (1901), Middle works, Vol. 1, págs. 257-313. The child and the curriculum (1902), Middle works, Vol . 2, págs. 271-291. Moral principles in education (1909), Middle works, Vol. 4, págs. 265-291. How we think (1910), Middle works, Vol. 6, págs. 177-356. Interest and effort in education (1913), Middle works, Vol .7, págs. 151-197. Schools of tomorrow, con Evelyn Dewey (1915), Middle works. Vol. 8, págs. 205-404. Democracy and education (1916), Middle works, Vol. 9, págs. 1-370. Education as politics, (1922), Middle works, Vol. 13, págs. 329-334. The sources of a science of education (1929), Later works, Vol. 5, págs. 1-40. The way out of educational confusion (1931), Later works , Vol. 6, págs. 75-89. How we think, edición revisada y ampliada (1933), Later works. Vol. 8, págs. 105-325. Experience and education (1938), Later works, Vol. 13, págs. 1-62.
Véase también, Reginald D. Archambault, (ed.), John Dewey. Lectures in the philosophy of education. 1899 (Nueva York: Random House, 1966) y dos antologías de las obras educativas de Dewey: joseph Ratner, (ed.) Education today (Nueva York: Putnam, 1940) y Reginald D. Archambault, (ed.) John Dewey on education (Chicago: University of Chicago Press, 1974). Existe una útil guía de toda la filosofía de Dewey elaborada por jo Ann Boydston, (ed.), Guide to the works of John Dewey (Carbondale, Southern Illinois University Press, 1970). Existe una traducción al español de How we think: Cómo pensamos (Barcelona – Buenos Aires - México, Paidós, 1989)
Lecturas complementarias
Archambault, Reginald, (ed.) Dewev on education. Appraisals. Nueva York, Random House, 1966. Baker, Melvin C. Foundations of John Dewey’s educational theory. Nueva York, Atherton, 1966. Brickman, William M. y Lehrer, Stanley, (eds.) John Dewey: Master educator. Segunda edición, Nueva York, Atherton, 1966. Childs, John L. American pragmatism and education. Nueva York, Henry Holt, 1956. Cough1an, Neil. Young John Dewey. Chicago, University of Chicago Press, 1975. Cremin, Lawrence. The transformation of the school: Progressivism in american education. 1876-1957. Nueva York, Vintage Books, 1961. Curti, Merle. The social ideas of american educators. Totowa, Nueva Jersey, Littlefield, Adams, 1959, págs.500-541. Dykhuizen, George. The life and mind of John Dewey. Carbondale, Southern lilinois University Press, 1975. Hendley, Brian. Dewey, Russell and Whitehead: Philosophers as educators. Carbondale, Southern Illinois University Press, 1986. Keenan, Barry. The Dewey experiment in China: Educational reform and political power in the early Republic. Cambridge, Harvard University Press, 1977. Kliebard, Herbert M. The struggle for the American curriculum. 1893-1958. Boston, RoutIedge and Kegan Paul, 1986. Mayhew, Katherine Camp y Edwards, Anna Camp. The Dewey School. Nueva York, Atherton, 1966. Rockefeller, Steven. John Dewey: Religious faith and democratic humanism. Nueva York, Columbia University Press, 1991. Westbrook, Robert. John Dewey and American democracy. Ithaca, Cornell Universiry Press, 1991. Wirth, Arthur G. John Dewey as educator. Nueva York, Wiley, 1966.
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