jueves, 1 de enero de 2015

VIDA, OBRA, PENSAMIENTO Y LEGADO DE EMMANUEL MOUNIER

VIDA, OBRA, PENSAMIENTO Y LEGADO DE
EMMANUEL MOUNIER




                                                                     Jorge Capella Riera



Introducción



Con motivo del cincuentenario del fallecimiento de Emmanuel Mounier, Campanini (2000) se preguntaba: “¿Qué quedara del personalismo de Mounier en el siglo XXI? Se trata de una cuestión abierta y de difícil solución. Los escenarios de la filosofía —y, en general, de la cultura— europea y mundial han sido modificados profundamente: aquel relativo primado que la filosofía había logrado reconquistar en el período de entreguerras en Europa, tras el fin de las ilusiones cientifistas de finales del siglo XIX, se ha disuelto en gran medida bajo los golpes de las ciencias exactas y de la técnica, hasta el punto de poner en crisis la misma autoconciencia de la filosofía en cuanto búsqueda de la verdad, y sobre todo de la verdad sobre el hombre.

La categoría de persona ha ido debilitándose teóricamente, en el marco de una casi generalizada desconfianza por la categoría misma de lo humano. Los grandes interlocutores históricos del personalismo, sobre todo el existencialismo y el marxismo, aparecen casi como una herencia del pasado, con la cual se le confronta cada vez menos: con el riesgo de considerar, si no el personalismo como filosofía, la misma búsqueda de la persona como una especie de reducto del pasado”.

Y, sin embargo, vuelve a asomarse aquella pasión de la persona que representa la gran y siempre insatisfecha pregunta del personalismo:
¿La persona subsiste como exigencia, o quizás sólo como angustia, o como nostalgia?

Quizás la deriva de la persona —anunciada ya por las filosofías de la segunda mitad del siglo XX— está apenas en los comienzos y  precisamente por eso ese necesario reproponer el valor de la persona y prepararse para una necesaria refundación: empresa en vista de la cual el pensamiento de Mounier puede ser un válido compañero de camino.

Pues bien al querer andar este camino, creo con Domenach (1982) que “en la época en que reina la productividad, es más rentable escribir la historia recopilando citas y es esto lo que se practica actualmente. Pero estos extractos, muy a menudo tomados de segundas fuentes, no nos dicen casi nada de lo que fue la vida de un pensamiento y movimiento como los inspirados por Mounier sobre todo en Ésprit. Para comprenderlo y restituirlo, habría que recurrir  a las memorias, los archivos, la correspondencia y los testimonios”

Estando totalmente de acuerdo con Domenach, yo no puedo realizar este recorrido y me tendré que contentar, como siempre lo he hecho en mis escritos: apelando a algunas  de mis lecturas de textos del mismo Mounier y sobre todo haciendo hablar a los autores más reconocidos que han trabajado a este filósofo católico. En este intento  abordaré brevemente algunos aspectos de su vida, luego me referiré  a su obra, especialmente  a Ésprit,  en seguida tocaré lo esencial de su pensamiento y por último me ocuparé de su legado..

Lima, agosto de 2014

Ubicación histórica.

Emmanuel Mounier nació en Grenoble en el año 1905, es decir, como nos dice Boyer (1981) “el mismo año que Sartre, tres años antes que Merlau-Ponty y ocho antes que Camus. Estos tres nombres son suficientes para crear un clima que reinará en el mundo del pensamiento francés entre las dos guerras mundiales: existencialismo, fenomenología, voluntad de acción o, como se decía en esa época, de compromiso”.

La suya, señala Calvo (2010), “era una familia católica, pero sin dogmatismos; leen bastante y discuten. Su padre es farmacéutico, pero no gana lo suficiente para poder comprar la farmacia donde trabaja, gana lo justo para mantener a la familia y tiene frágil la salud. Tiene una hermana, mayor que él, Madeleine que, años después, será su confidente.”

Tímido y reservado en su actitud exterior, lleva sin embargo por dentro el fuego de los apasionados y de los místicos, aparentemente calmo por fuera pero vivo y atormentado en lo profundo, como el lago de montaña a cuya metáfora recurre para describirse a sí mismo: “ni una arruga en la superficie, una nitidez inhumana, pero el torrente ruge en el fondo y, si miráis bien, en esta superficie no hay metal ni espejo sino la fina piel de un ojo húmedo” (Obras, I).
“Contra la opinión de sus padres, que querían que estudiara medicina, estudia filosofía con Jacques Chevalier y prepara la cátedra de filosofía de instituto, que consigue a los 23 años. Sin embargo, abandona pronto esta prometedora carrera universitaria” y se va a París.


Llegado a la capital  el joven y brillante filósofo entró enseguida en contacto con el círculo de intelectuales integrado por Jean Guitton, Gabriel Marcel, Luis Massignon, Daniel Halévy, Jacques Maritain, Nicolas Berdiaev, Ramón Fernández que solían reunirse en Meudon.


La formación filosófica del joven Mounier va unida a grandes personalidades de la época: primero, como acabo de indicar, con Jacques Chevalier (1924-1927) bajo cuya dirección funda un círculo de estudios católicos y se deja seducir por la filosofía de Henri Bergson, amigo personal de su maestro. Luego vendrá ‘el otro Jacques’ -como le llamaba Chevalier a Maritain- a quien frecuenta en las reuniones dominicales en su casa entre 1928 y 1933, entrando allí en contacto con un grupo selecto de filósofos, especialmente católicos. 
Maritain (1947) queda gratamente impresionado con Mounier por “la nobleza de corazón, la profunda fe sobrenatural, el celo ardiente por la pureza en la acción intelectual”. De esta fecunda relación surge la Revista Esprit, bajo la dirección de Mounier y el patronazgo más o menos oculto de Maritain, pero no será una revista católica sino un prodigio de ecumenismo exigente donde creyentes e increyentes conviven armónicamente y en igualdad, sin por ello perder los cristianos su primacía espiritual. Esprit cobijaba por igual a católicos, protestantes, judíos, socialistas, libertarios…
Después del crak de 1929 derecha e izquierda machaconean sus viejas querellas. Mounier tiene la intuición de que esa sacudida es el fin de un mundo que reclama una resurrección, que es necesario oponer a esa civilización un proyecto global y nuevo. Durante siglos de dominación burguesa, el racionalismo, el individualismo, y el dinero han abismado al hombre, le han disociado de la naturaleza, de la comunidad y de sí mismo.

Este gran hombre estaba convencido y proclamaba que “una transformación radical comienza por el cambio del corazón. Precisamente porque hacemos el mal voluntariamente, la revolución será espiritual o no será; pero, a su vez, será estructural, económica y política, o no será” (Obras, II).

Según Díaz (2000), Mounier posee una personalidad cristiana a toda prueba. Su cristianismo, diría el pensador, es como "una naturaleza profunda", y esta naturaleza, aun cincelada por un sólido cultivo intelectual, nunca deja de ser la materia prima de la que está hecho, y de sentirla como una gracia sobreabundante sobrevenida sin esfuerzo, en contraste con los ilustres conversos que deparó la época entre los intelectuales franceses.


Para Garrido (2000) nuestro filósofo “era un laico comprometido hasta la médula. Tenía una vivencia cristiana auténtica de evangelizar de forma inteligente". “Estaba muy inspirado en Pascal, Bergson y los grandes pensadores cristianos.”
Además, su cristianismo, considera Díaz,  “está en las antípodas de las facilidades de la cristiandad sociológica, incluso en guerra contra ella. Su sensibilidad va de la mística española al cristianismo radical de Péguy. Su comprensión y vivencia del sufrimiento y su afán de cercanía a los pobres nos revelan una vivencia mística, profundamente enraizada en el misterio de la Encarnación, que aspiraba a la santidad, y a nada más”.


Mientras, el cristianismo de vanguardia descubría a la vez sociológica y místicamente la clase obrera, en un momento en que ésta aún no se había fragmentado ni aburguesado. En 1943, los sacerdotes Godín y Daniel habían publicado un reportaje que produjo gran conmoción, "¿Francia país de misión?", sobre la descristianización de los ambientes obreros. Mounier y sus amigos se adhieren a esta experiencia con fervor visitando con frecuencia al padre André Depierre, sacerdote obrero en Montreuil, donde asisten a asambleas que unen fraternalmente católicos y obreros comunistas: se entrevé la reconciliación futura de la Iglesia y del proletariado.


Pero, aunque nada en Mounier pueda explicarse sin el cristianismo, con decir esto no está todo dicho. El cabalga a lomo de la acción. alternando lo filosófico con lo político y el compromiso.
A decir de Riego (2014), “su vida fue un torrente de ideas y de acciones imbricadas de tal forma que sólo alguien que hiciera de la verdad su vida y de la vida su verdad, pudo haber gestado un movimiento filosófico y espiritual tan singular como fue la fundación de la Revista Esprit y el movimiento que a ella le siguió. Igualmente combatido por la derecha y la izquierda, así como por la misma Iglesia oficial en aquella inhumana Segunda Guerra Mundial”.
Es por eso que como nos explica  Altur (2012): “en 1939 se incorpora a los cazadores alpinos como soldado de servicios auxiliares; el 40 cae prisionero de los Alemanes y es desmovilizado; un año después el gobierno de Vichy en Agosto prohibe la revista Esprit; luego en enero del 42  es detenido y encarcelado, acusado de ser uno de los dirigentes del movimiento Combat; comienza una huelga de hambre, es juzgado y finalmente puesto en libertad”.
Desde la cárcel escribe: “Soy profundamente feliz por haber pasado por aquí. Un hombre necesita haber conocido la enfermedad, la desgracia o la prisión…” (Obras,I). Y como muchos grandes en la historia, aprovecha sus diez meses de cárcel para iniciar lo que sería el Tratado del Carácter y también para discutir sobre Nietzsche con el médico del penal.

En 1947 vuelve a su vocación de filósofo y publica Introducción a los existencialismos y qué es el personalismo.

También por entonces se reúne con Albert Camus, Sartre, y Merleau para manifestar a la opinión pública que no se debe dejar en manos de América o Rusia todas las iniciativas internacionales.

Y por último hay que destacar que en 1949 publica El Personalismo, para muchos su obra maestra. Y como si ya hubiera concluido su obra Mounier muere con sólo 45 años en 1950.

Se fue un maestro del pensamiento para toda una generación, no sólo francesa, y en especial un punto de referencia en los ambientes del pensamiento cristiano.

Ésprit.

Mounier y Ésprit son inseparables, no se comprendería el uno sin el otro.
Garrido (2000) nos dice que en el ambiente de Meudon nuestro filósofo  concibió la idea de fundar un movimiento de ruptura con el «desorden establecido», inspirado en las ideas de Charles Péguy, que verá la luz en 1932, junto a la primera edición de Ésprit.

Los fundadores de Esprit fueron Mounier, Georges Izard, Andre Deleage y Louis-Emile Galey. Y en ella colaboraron personajes de calidad tales como Jean Lacroix, Nicolás Berdiaev, Denis de Rougemont, Jacques Madaule,Pierre-Henri Simon, Pierre Borne, etc.

El programa del movimiento estaba encerrado en el lema «Rehacer el Renacimiento», es decir, promover una «revolución personalista y comunitaria», capaz de oponerse tanto al individualismo liberal como al colectivismo de matriz fascista o comunista. Su gran fuerza consistió, como señala Calvo,  “en haber ligado su manera de filosofar con la toma de conciencia de una crisis de civilización y en haberse atrevido a proyectar, más allá de toda filosofía de escuela, una nueva civilización en su totalidad.”


Según Mounier, para lograrlo había que” reencontrar la capacidad de transformar las ideas en acción. Una operación en la que se comprometió en primera persona desde las páginas de la revista” (Obras,II).

Su objetivo frente a Esprit nunca fue hacer libros, sino hacer hombres. Nada de amueblar ocios, se trata de comprometer vidas. El aprendizaje del abandono es el camino de la realización auténtica. La desapropiación, ejercicio místico, llega a ser para él, el dato central de la acción. Los enemigos están identificados: la tiranía del dinero, el envilecimiento por la propiedad, la desgracia de la costumbre, la mediocridad burguesa y la estéril pretensión del saber.

La necesidad de intervenir en la guerra civil española, la de oponerse a la definición de un estatuto especial para los judíos, de hacer resistencia a la barbarie en nombre del cristianismo, son algunas de las batallas llevadas a cabo desde las páginas de la revista antes de la segunda guerra mundial.
Pero es después de la segunda guerra mundial cuando la obra de Mounier alcanza su mayor influencia sobre la sociedad civil. Su revista fue el punto de referencia para intelectuales, sindicalistas y funcionarios del Estado ocupados en la obra de reconstruir la democracia.
Esta obra logró ser un prodigio de ecumenismo en el sentido más exigente. No fueron pocos los protestantes que colaboraron en primera línea: R. Leenhardt, R. Labrouse, F. Gogel, J. Ellul, Denis de Rougemont, etc.; judíos como G. Zérapha, socialistas libertarios como E. Humeau o como el judío ruso, luego convertido al catolicismo, A. Marc, o procedentes del marxismo como B. Parain, etc. ¡Y qué decir de la lista de quienes alguna o varias veces escribieron en Esprit! Alain, R. Aron, K, Barth, G. Bataille, J. Benda, J. Bergamín, G. Bernanos, C. J. Cela, J. Chevalier, Y. Congar, J, Danielou, E. Dolléans, M. Dufrenne, H. Duméry, J. Ellul, E. Gilson, J. Guitton, G. Gurvitch, F. Jeanson, J. Lacroix, P.L. Landsberg, E. Lévinas, C. Lévi-Strauss, H. de Lubac, G. Lukacs, G. Marcel, J. Maritain, F. Mauriac, E. Morin, M. Nédoncelle, F. Perroux, P. Ricoeur, D. de Rougemont, P. Teilhard de Chardin...
Pero lamentablemente, como dice Riego (2014) la llamada revolución espiritual,  eso de creyentes con increyentes, un ecumenismo en ciernes, no pasaron inadvertidos y ante la inminencia de una condena vaticana a Esprit, Mounier y Maritain escriben un extenso informe, del cual extractamos el siguiente texto: “Para sacar a nuestro cristianismo de esta especie de gueto en el que intentaban meterlo, y para reencarnarlo en los problemas de nuestro tiempo, nosotros, unos cuantos católicos, nos hemos agrupado en el equipo  de Esprit… Pero Esprit no es una revista católica. (…) Los colaboradores católicos de Esprit, tratando de trabajar siempre como cristianos, nunca han presentado tal o cual solución en tanto que cristianos, ni dejado entrever que sus soluciones eran las únicas a las que los católicos pudieran adherirse… Todo nuestro esfuerzo doctrinal se ha enderezado a liberar el sentido de la persona de los errores individualistas y el sentido de la comunión de los errores colectivistas”. (Obras, IV).
Aunque se encuentran algunos elementos convergentes entre las tesis del joven Marx y las del humanismo personalista, no se puede dejar de advertir que el marxismo presenta al hombre desde una visión demasiado estrecha, reduciendo sus criterios a variables económicas. El personalismo comunitario, que postula Ësprit,  acepta y legitima algunos resultados de la investigación económica e histórica del marxismo pero lo rechaza en tanto sistema totalizante de lectura de la realidad, y cuánto más de la realidad humana. Si se pudiera hablar de lazos comunes sería correcto afirmar que ellos están constituidos por la lucha común contra el mundo del dinero y su tensión por la justicia.
Pero Mounier no puede aceptar ni el materialismo que troquela a fuego la teoría marxista, ni el ateísmo que supone una desacralización del universo humano en claro detrimento de la idea de trascendencia y de apertura a lo Otro eterno, tan cara al pensamiento personalista. “El materialismo, como había dicho Maritain, hace de la causalidad material la única forma de causalidad. Ninguna revolución material es fecunda si no se orienta según la causalidad ejemplar, es decir, si no se orienta espiritualmente”. Ni marxismo ni fascismo deben ser aceptados, sino más bien denunciados: la ‘aspiración totalitaria’ de la izquierda, y la ‘exasperación del nacionalismo’, el antisemitismo y la xenofobia de la derecha.

Es importante señalar que, como manifiesta López (2002), no cabe duda tampoco que nuestro filósofo personalista "estaba en contra de algunas decisiones políticas de los democratacristianos de su tiempo porque pensaba que estos partidos perdían fidelidad, sobre todo, al olvidarse de las acciones sociales en favor de los más necesitados." Y destaca  que Mounier abogaba por efectuar "un cambio de la realidad desde instituciones concretas, siendo prioritario el ámbito de la educación para formar a la población en los valores centrales que el filósofo cristiano propugna como garantes del bienestar de la persona."

Mounier "estaba en contra de una democracia relativista. Propulsaba unos valores centrales inamovibles que tuvieran como punto de referencia la persona." En este sentido, fue un pionero defensor de una Constitución Mundial que recogiera unos valores fijos cuyo núcleo fuera la defensa del ser humano.

Esta idea se plasmó posteriormente en la Declaración Universal de los Derechos Humanos "donde participó, como vocal de la UNESCO, Jacques Maritain seguidor del personalismo y admirador de Mounier", asegura López

Con la muerte de Mounier, la dirección de la revista fue delegada al crítico literario Albert Béguin, hasta su muerte en 1957, cuando es asumido el cargo de director de Esprit por Jean Marie Domenach hasta 1976, actualmente la revista es dirigida por Olivier Mongin, quien ocupó el rol de Director desde 1989.
Esprit, continua con el espíritu que la impulsó a responder a los desafíos sociales, a pesar de que se encuentren críticas que la cataloguen como un simple movimiento burgués en contra del desorden establecido, y como un medio mercadeable que pasó a ser parte de una elite social determinada. El recorrido histórico que ha desarrollado la revista ha encontrado eco en nuevos medios de comunicación, logra agrupar a intelectuales en torno a una reflexión social en miras de una revolución personal pero sobre todo comunal.
En efecto, hoy día la revista Ésprit se muestra al mundo como un medio de pensamiento contemporáneo, su orientación personalista ha sido atenuada pero no desplazada, se apuesta más a un encuentro intelectual, por lo que han resonado nombres en sus artículos como Hanna Arendt, Hans Jonas, Emmanuel Levinas, Martin Buber, Paul Ricoeur.

A modo de ejemplo, diré que Jacques Delors, ex presidente de la Comisión Europea, y Guy Coq, miembro de la redacción de «Esprit» y presidente de la Asociación de Amigos de Emmanuel Mounier, en un artículo publicado recientemente en el diario francés «Le Monde» hizo un llamamiento a redescubrir a este «cristiano de la resistencia».





Ideas fundamentales de Mounier

Hablar de Mounier es hablar de  personalismo que para él era una filosofía y no solo una actitud. Sinembargo prefería hablar no de personalismo, sino de personalismos.

Personalismos

Con todo, como bien apunta Riego (2014), “los personalismos tienen en común a la persona, que nunca puede ser objeto ni tratada como objeto, y por lo tanto indefinible de suyo. La maravilla de la persona consiste en ser la única realidad que al mismo tiempo que podemos conocer la vamos haciendo desde dentro, no es ni una sustancia oculta ni un principio abstracto de realizaciones concretas, sino un despertar permanente que nos va liberando de la inercia del sueño vegetativo que nos ahoga y embota”.

La misma autora considera que “si bien la historia del personalismo hunde sus raíces en el cristianismo y en la mística cristiana, es imposible desconocer la fuerte impronta del pensamiento judío, sobre todo en el siglo XX, representado fundamentalmente de la mano de Franz Rosenzweig,  Martin Buber, y Emmanuel Lévinas. Muchos siglos de marchas y contramarchas debió sufrir la doctrina de la persona, para finalmente resurgir en el pasado siglo de la mano de pensadores de tan variada extracción como: Buber, Scheler, Berdiaev, Péguy, Blondel, Jaspers,  Marcel, Landsberg, Maritain, Stein, Nédoncelle,  Nabert,  Lacroix, Lévinas,  Zubiri y Ricoeur. Son sólo algunos de los nombres que integran el árbol del personalismo y en el cual Mounier merece un lugar central por haber aunado el pensamiento personalista al compromiso comunitario y a la acción revolucionaria que esto conlleva”.
Nuestro humanismo, decía Mounier, es voluntad de totalidad. El mundo moderno ha dividido al hombre: cada trozo se debilita aisladamente: nosotros pretendemos recomponerlo, aunar en él cuerpo y el espíritu, la meditación y las obras, el pensamiento y la acción.

Pero mejor entremos a analizar lo que hemos llamado ideas fundamentales de Mounier o, si se quiere, de su personalismo en concreto:

La persona.
No veo mejor forma de tratar este aspecto de su pensamiento que apelando a una cita suya y al comentario que Altur (2012) hace de la misma,  por extenso que sea.
Para Mounier “una persona es un ser espiritual constituido como tal por una forma de subsistencia y de independencia en su ser; mantiene esa subsistencia e independencia mediante su adhesión a una jerarquía de valores libremente adoptados, asimilados y vividos en un compromiso responsable y en una constante conversión; unifica así toda su actividad en la libertad y desarrolla por añadidura, a impulsos de actos creadores, la singularidad de su vocación”. (Obras I)
Veamos ahora con Altur (2012) los elementos esenciales de esta definición:


1.- La Persona como Ser espiritual
“Para Mounier, el hombre no se reduce a lo meramente material, tiene una vocación de eternidad.
El hombre interior no se tiene en pie más que con el apoyo del hombre exterior; el hombre exterior no se sostiene más que por la fuerza del hombre interior.
Alma y cuerpo forman una unión indisoluble del pensamiento cristiano.
Igualmente no hay que oponer el tener y el ser. Pensemos en dos polos entre los cuales se tiende la existencia incorporada.
¿Pero es realizable en algún monumento esta unión alma/cuerpo? La vida personal es la búsqueda proseguida hasta la muerte, de una unidad presentida, deseada y jamás realizada.
Ahora bien, Un personalismo que se contentase con especular acerca de las estructuras del universo personal, sin otro efecto, traicionaría su nombre.
Por otra parte, la trascendencia de la persona implica que esta no pertenece más que a sí misma, el niño es sujeto, no es RES societatis, ni RES Ecclesiae. Se pertenece a sí mismo”.
2.-Subsistente adhiriéndose  a una escala de valores.
“Querer vivir a cualquier precio, es aceptar un día vivir al precio de las razones de vivir. Solo existimos definitivamente desde el momento en que nos hemos constituido un cuadro interior de valores o de abnegaciones respecto del cual sabemos que la amenaza misma de la muerte no prevalecerá contra él.
Dentro de esta escala de valores, la persona, la dignidad humana se presenta como eje central”.
3.-Viviendo esos valores comprometiéndose. Especial referencia a la  acción
“El hombre solo es hombre por el compromiso.
El compromiso es una vivencia comunitaria, a favor de un mundo nuevo, hacia el que nos sentimos enviados y solo es responsable cuando la palabra se convierte en respuesta y esta a su vez únicamente cuando se traduce en responsabilidad por el otro, es decir, si ese compromiso no se encamina al otro, a hacer un mundo nuevo, nos transgredimos  a nosotros mismo.
¿Y cómo entiende ese compromiso Mounier? Dice, del mismo modo  que no compromete al hombre con el aislamiento, una filosofía de la persona no lo anima a rumiar y a la evasión, sino por el contrario, a una viva lucha y a un servicio activo.
La persona se funda en un serie de actos originales que no tienen su equivalente en ninguna otra parte dentro del universo:
            a.- Salir de sí. La persona es una existencia capaz de separarse de si misma, de desposeerse, de descentrarse para llegar a ser disponible a otros.(lo contrario  hoy lo llamaríamos egocentrismo, etc....). Podríamos decir darse.
           b. Comprender. Dejar de colocarme en mi propio punto de vista para situarme en el punto de vista del otro.
           c. Tomar sobre si, asumir el destino, la pena, la alegría, la tarea de los otros.
            d. Dar. La fuerza viva del impulso personal no es ni la reivindicación, ni la lucha a muerte, sino la generosidad o la gratuidad.
            e. Ser fiel. La aventura de la persona es una aventura continua desde el nacimiento hasta la muerte. Así pues la consagración a la persona, el amor, la amistad, solo son perfectos en la continuidad.
 Vemos aquí la capacidad que ofrece el Personalismo de ponerse en el lugar del otro, de asumir como propio lo ajeno –sin a veces compartirlo-, y con ello de ofrecer una salida vivida como propio y dialogado de cuantos problemas surgen a nuestro camino.
Pero ¿Qué exigimos nosotros de la acción? Modificar la realidad exterior, formarnos, acercarnos a los hombres y que enriquezca nuestro universo de valores”.
4.-En libertad responsable.
“Para Mounier, la libertad es afirmación  de la persona: se vive, no se ve
No soy verdaderamente libre, escribía Bakunin, sino cuando todos los seres humanos que me rodean, hombres y mujeres, son totalmente libres.... No me vuelvo libre, sino por la libertad de los otros.
La libertad de la persona crea en torno de ella la libertad por una suerte de levedad contagiosa, tal como l alineación, a la inversa, engendra alineación.
Antes de proclamar la libertad en las Constituciones o de exaltarla en discursos, debemos asegurar las condiciones comunes de la libertad –biológicas, económicas, sociales, políticas- que permitan a fuerzas medianas participar en los más altos llamamientos de la humanidad: debemos preocuparnos por las libertades tanto como por la libertad.
Nuestra libertad es la libertad de una persona situada, pero es también la libertad de una persona valorizada. No soy libre por el mero hecho de ejercitar mi espontaneidad: me hago libre si inclino esta espontaneidad en el sentido de una liberación, es decir, de una personalización del mundo y de mí mismo. Es decir y como decía antes, de sentir lo ajeno como propio.”

La comunidad y las comunidades.

"El mundo moderno es un desplome colectivo, una despersonalización masiva". "La vida de comunidad no nace espontáneamente de la vida de un grupo. Es justamente con mi amigo como yo aprendo el amor a los hombres" (Obras, II)

Calvo (2010) sostiene que “hay sociedades de camaradas; sociedades vitales; sociedades basadas en el contrato. Todos estos modelos de socialización deben ser integrados y rebasados en la única comunidad válida, la que reúne a personas y que Mounier no vacila en llamar "una persona de personas". Un proyecto de sociedad personalista, promueve la unión de las diversidades vivas”.

En 1949, en El personalismo, Mounier afirmará más netamente que nunca la naturaleza intrínsecamente social y la vocación comunitaria de la persona, "presencia dirigida hacia el mundo. (...) Las demás personas no la limitan, la hacen ser y crecer. Ella no existe sino hacia el otro. La experiencia primitiva de la persona es la experiencia de la segunda persona. El Tú y, en él, el Nosotros, precede al Yo y le acompaña. (..) Casi se podría decir que yo no existo sino en la medida en que existo para otro, y, en el límite, ser es amar" (Obras, II).

La ciudad liberada.

Para Mounier, nos dice Calvo (2012),  la vida privada ocupa un lugar central: sin ella no hay comunidad ni verdadera acción. "Un régimen personalista (.. } es un régimen que asegura a cada persona, realmente y no por delegación colectiva, su puesto de autonomía y de responsabilidad eficaz en el organismo colectivo, y que no niega a nadie, ni aun a los reticentes sobre el régimen, el mínimo de los derechos de la persona. Democracia no es para nosotros el régimen del número anónimo, ni siquiera la sanción de la unanimidad, sino el reinado de la responsabilidad viva dentro del derecho vivo."

La familia, lugar, con harta frecuencia de una opresión secreta; debe pasar del régimen celular al régimen comunitario; hay que salvarla de la dictadura invisible del espíritu burgués.

La mujer. Hay que arrebatársela al autoritarismo masculino. Después de siglos de relegación, "¿cómo discernir lo que es naturaleza, lo que es artificio, represión o desviación por la historia?". Llamada al despertar de las oprimidas: "A través de este caos de destinos derrumbados, de vidas paralizadas, de fuerzas perdidas, la más rica reserva de la humanidad, sin duda; una reserva de amor para hacer saltar en pedazos la ciudad de los hombres, la ciudad dura, egoísta, avara y mentirosa de los hombres"

El niño. Hay que sustraerlo a la opresión de la familia y del Estado y educarlo audazmente para el diálogo y para la afirmación de sí. Educar no es hacer, sino despertar personas.

Libertad.

El mismo Calvo (2010) considera que para Mounier la libertad es dinamismo, fuerza. Es necesario comprender a la libertad en el dinamismo total de la persona. La libertad no es individual, ni mucho menos individualista. La libertad ha de hacerse en comunidad, para todos o para ninguno. No puede hablarse de libertades individuales a costa de libertades colectivas, ni al revés.

La libertad va profundamente unida a la vocación de servicio personalista. Por eso, la lucha por la libertad no conoce fin, es lucha de ruptura, de conquista y de adhesión.

Libertad es además, movimiento hacia la trascendencia: libertad es experiencia de los valores interpersonales hacia el valor transpersonal, que para el cristiano es Dios.

La historia de la libertad se hace en la lucha por la libertad. Es demasiado frecuente una preocupación egoísta de libertad mientras el drama colectivo no se tiene en cuenta.

Compromiso.

Hemos visto con Altur qué entiende Mounier por compromiso en el ser persona. No obstante conviene que añadamos que para nuestro filósofo libertad sí, pero, bajo condiciones.

La condición de que haya libertades que haya personas y sólo hay personas si hay vínculos de amor. Y nadie ama más a su prójimo que el que da la vida por él.

La libertad exige la presencia en la lucha: adsum, estoy presente. No es una libertad de abstención, sino de compromiso.

Ser libre es hacer. No hay libertad en el hombre sino en la realización de un compromiso, y no hay compromiso en el hombre sino en libertad. Toda otra libertad, como todo otro compromiso, lleva a la servidumbre.

Revolución espiritual y revolución de estructuras: Mounier las reivindica juntamente. La política, tal como se hace, no tiene realidad: es ese discurso degradado que Péguy oponía a la mística. La opción política buscará más hondo, por tanto, sus puntos de apoyo, y pondrá sus miras en la ciudad considerada en su realidad cotidiana.

Se busca crear las bases de una sociedad en la que la persona pueda realizarse plenamente mediante la educación, la cultura y la mediación de las comunidades liberadas: familia, iglesia, sindicato, movimientos de juventud, etc.

Mounier no se ha dejado encerrar en un neutralismo vago, y la razón está en que tiene la virtud política del sentido del enemigo. El enemigo al que había resuelto combatir, el dinero-rey, no es una forma abstracta y moralizante, sino una presencia inmediata, política: el capitalismo, del que dijo en 1933: "Jamás tirano alguno dispuso de tan universal poder de triturar a los hombres con la miseria o con la guerra; de un extremo a otro de la tierra, ningún tirano acumuló en el silencio de la normalidad tantas ruinas e injusticias". (Obras, I)

A diferencia de tantos cristianos que, en política, olvidan la lucidez paulina, él veía el mal, el mal concreto, la red de intereses y de poderes, tras los discursos moralistas y las ideologías de la buena voluntad. Por eso dice en 1934: "A muchos demócratas cristianos les reprochamos precisamente el no haber... buscado con suficiente grandeza la audaz tradición que les hubiese empujado a la vanguardia, en vez de paralizarlos en las fluctuaciones moderadas hasta hacer de ellas el último v malsonante remolque de la reacción. Hay más aún. Nunca se denunciará lo bastante la mentira democrática en régimen capitalista. La libertad capitalista ha entregado la democracia liberal, utilizando sus fórmulas mismas y las armas que ella le daba, a la _oligarquía de los ricos (oligarquía de poder y de clase); después, en la última etapa, a un estatismo controlado por la gran banca y la gran industria, que se han apoderado, no solamente de los mandos ocultos del organismo político, sino de la prensa, de la opinión, de la cultura, a veces has/a de los representantes de lo espiritual, para dictar las voluntades de una clase y modelar incluso las aspiraciones de las masas a imagen de las suyas, al mismo tiempo que les negaban los medios para realizarlas (.) En su carta leo, señor, palabras muy duras contra la corrupción en que estamos sumergidos. También en esto me temo que usted no reconozca el mal sino como un mal externo, el atasco de un engranaje en buenas condiciones. No le quitemos importancia al problema: se trata del dominio, sobre una estructura democrática desfalleciente, de una estructura capitalista inaceptable. No se trata de purificar, sino de rehacer, desde las raíces, valerosamente, todas las estructuras sociales (y por añadidura, el corazón del hombre, pero esto es cosa aparte)" (Obras, IV). Creo que valía la pena reproducir un texto un poco largo porque parece escrito hoy.

Pobreza.

Según Riego (2014), “su humanismo no se quedaba en la desposesión teórica sino que la vivía encarnadamente desde su propia pobreza material que eligió como forma de vida. Predicar la pobreza y apostar por la pobreza fueron sus únicas armas, yo diría las más poderosas, las que le permitieron llevar la palabra al pobre, que sólo se haría posible desde la condición que la propia palabra se haga pobre. Valga esta paradoja: la riqueza de la palabra sólo alcanzará al humillado y al oprimido haciéndose pobre ella misma. Por eso no es posible entender esta apuesta sin las categorías del ‘compromiso’ (engagement) y ‘abandono’ (abandonnement) llevadas del plano de la mística al de la comprensión y la acción. Toda auténtica audacia se cimienta en el abandono y el personalismo está hecho para los audaces, para los que se arriesgan a abismarse a su propia nada, sin seguridades de ninguna índole pero con la confianza absoluta de los que se sienten pisando el terreno firme de la verdad.”
En palabras de  Domenach (1972): “En la base de la acción y del pensamiento de Mounier está ese misterio de la pobreza, un misterio primeramente vivido, incorporado, antes de ser alargado en una visión general del hombre y la ciudad. Y es esta paradoja evangélica de la humildad glorificada, de la desposesión, la que introduce en el Reino, la que contiene un fermento revolucionario”.
Decir pobreza es también reconocer su contracara: riqueza, opulencia, avaricia. Es la dialéctica necesaria y eterna entre el desposeído y el que todo lo posee o quiere poseer. Es el reconocimiento inevitable de que la contraparte del pobre es el burgués, contra cuyo cáncer disolvente y paralizante es necesario luchar, denodada y testimonialmente, como lo hiciera Mounier. Es que esta enfermedad maligna se expande en el corazón del hombre, impidiéndole su cambio, su metanoia, su transformación profunda: el paso del individualismo al personalismo comunitario. “El burgués es capaz de todo con tal de que su Ego nadie se lo limite; está dispuesto a blindarse, y, si hace falta, a partirse en dos, sus cuentas con el diablo, su espiritualidad con Dios…” (Díaz, 2005).
Pero la dualidad es malsana, nadie puede servir a dos verdades ni a dos señores, más bien una verdad dividida en dos no hace dos verdades sino dos errores. Y entonces el hombre se vacía de todo misterio y de todo sentido para entregarse a una seguridad y a una felicidad barnizadas con capas de educación, de poder y de dinero.
El burgués es “el hombre que ha perdido el amor y que hace gravitar el universo de las virtudes alrededor de un pequeño sistema de tranquilidad psicológica y social: felicidad, salud, sentido común, placer de vivir, confort. El confort es para el mundo burgués lo que el heroísmo era para el Renacimiento y la santidad para la cristiandad medieval: el valor último, móvil de la acción. A él se subordina la consideración y la reivindicación” (Obras, II).
Ser personalista es, en suma, hacer de la pobreza la verdadera riqueza del corazón, heroísmo y santidad aliados desde la suma desposesión de sí, donde saber y querer se funden en la conversión que lleva a la salvación personal y comunitaria. Porque así se escribe la historia humana, aunque no siempre la historia de las ideas la haya reflejado plenamente. ¿Qué otra cosa ha pretendido el hombre en su milenaria marcha que querer saber para saber querer y con ello lograr convertir(se) para salvar(se)?

Contra el desorden establecido.

En nombre de lo espiritual, dice  Calvo (2010), Mounier ataca el desorden establecido y, en primer lugar, el capitalismo, "principal agente de opresión de la persona humana en el seno de la historia". Su condena del capitalismo es total, porque es metafísica. El capitalismo ha envilecido al hombre en la mediocridad del dinero. El mundo del dinero, pasadas las primeras aventuras, es el mundo de la facilidad. Conduce infaliblemente a la decadencia de la posesión. El mundo del pobre es la otra cara de la moneda.

En estas condiciones crece el burgués. El hombre que logra lo fácil a costa de los otros. El burguesismo es el reino del egoísmo social. Un estilo descendente, un movimiento de degradación. El burgués es el hombre que ha perdido el amor, que no arriesga por los demás, que los explota y se empobrece a sí mismo al no poder amar. Por eso busca el goce egoísta, la individualización, el quedarse con alguien que le sirva para sus propósitos, para extraer de él algo sin dar nada.

La burguesía es la metafísica de la soledad. Nadie está más solo que quien tiene a los demás por meros objetos, y quien compra y vende a los demás con dinero.

La persona, en cambio, es la metafísica de la comunidad. Una comunidad es una persona de personas. El papel del personalismo es el de reencontrar la verdadera noción del hombre: dar un sentido a la persona, más allá de los errores individualistas o colectivistas.

Trabajamos para edificar las bases de la comunidad integral y de la vida autentica. Esto exige la coherencia personal. "Ante todo es necesario dar testimonio de nuestra ruptura con el desorden establecido. Pero, una toma de conciencia que no diera por resultado una toma de posición; un cambio de vida y no sólo de pensamiento, sería una nueva traición a lo espiritual". (Obras, I)

La primera tarea, por tanto, será: "hacer revolucionarios a los espirituales", es decir, arrancarles del individualismo y de la abstención en que se complacen, obligarlos a rupturas y a compromisos políticos.

La segunda tarea completa la primera: "hacer espirituales a los revolucionarios", es decir, abrirlos a los valores sin los cuales la revolución cae de nuevo en opresión colectiva.

Construir pacientemente una síntesis de civilización, educar para el mañana... pero también mantenerse disponible para el acontecimiento, comprometerse cuando la historia lo reclama, son las dos caras de un proyecto único.

"El hombre concreto es el hombre que se da". Tan pronto como se admite este aserto, desaparece el conflicto entre el individualismo y el colectivismo en provecho de un desarrollo mutuo: el amor hace existir a cada uno en particular y a todos juntos. 'Estamos en contra de la filosofía del yo, y a favor de la filosofía del nosotros", "El nosotros en una manera de pensar y de pronunciar la primera persona". "Sabemos que el amor no echa cuentas, que no es un notario, y que, entre quienes aman, la igualdad vendrá por sí misma. Más que egoísmo es ignorancia el no saber que la primera experiencia del verdadero amor es que el amor multiplica el amor, y que es preciso lanzarlo, desbordarlo alrededor de nosotros" (Obras, III).

Su propósito no es pensar, sino salvar. Denuncia la injusticia y la opresión, pero en vez de atribuirlas a malas intenciones ve en ellas la consecuencia de una quiebra del espíritu, que se traduce en la desastrosa evolución de una historia mal encarrilada desde el Renacimiento.

Es una tarea socrática: no separar la búsqueda de la verdad de la condición cotidiana del hombre. Así pues, donde hay que establecer la reflexión es en la historia, en el centro del afán de los hombres y de su esfuerzo de liberación.

Legado
Mounier fue y es un filósofo, un creyente y un místico, vale decir un católico ilustrado;  y en todas estas facetas nos ha dejado un legado.
Y ello se debe a que filosofía, fe cristiana y mística troquelaron a fuego a este francés universal que supo conciliar como pocos el rigor filosófico y espiritual con las necesidades y desafíos arraigados en el personalismo, los valores eternos cristianos con las soluciones históricas, el amor divino con el amor humano. Es decir la esencia de su legado radica en darnos una serie de criterios y enseñanzas para ser y actuar como auténticos cristianos católicos.
Veámoslo con algún detalle:


El reto a que se enfrentaba Mounier y la gente de Esprit era el de ser católicos en pie de igualdad con los no católicos, promoviendo así una nueva civilización en donde los cristianos no embarquen a la Iglesia eterna hacia ninguna obra política transitoria, como el comunismo o el capitalismo sino hacia la ‘primacía de lo espiritual’ que implica de suyo una actitud revolucionaria, una transformación radical completa y necesaria, personal y social, económica y moral.
Para Mounier, así como la tiranía del dinero oprime al hombre en su vida material la tiranía de las ideas -las ideologías- sofocan su vida espiritual. En una época en que el imperio de las ideologías hacía sentir toda su fuerza, el personalismo “quiere ser una línea de pensamiento que, consciente de la extrema problematicidad y complejidad de lo real, evita construir sistemas limitándose a proporcionar indicaciones y orientaciones para la lectura de los problemas, coherentes con los problemas que le son peculiares” (10). El personalismo se propone, por tanto, desenmascarar sus unitaleralidades tratando de preservar el núcleo de verdad presente en cada una de ellas.
Los totalitarismos de derecha -el fascismo y el nazismo- son para Mounier una degeneración del liberalismo burgués que privan a la persona del espacio necesario para el desarrollo de su libertad, transformándola en siervo de la estadolatría. Sus supuestos parten de una antropología pesimista que postula que las limitaciones y errores del individuo se suplen con la figura de un ‘capo’, un jefe que las remedie. Ellas representan la derivación del mito burgués del dinero en el mito del poder típico de las ideologías, que legitima el descontrol y el despliegue de todas las fuerzas irracionales y violentas del individuo.
Ante la ‘mítica’ propia de las ideologías,  Mounier nos ofrece la ‘mística’ entendida en el sentido que Charles Péguy le daba: ‘doctrina o movimiento de acción en la integridad de su inspiración o en el fervor de su juventud espiritual, viva en corazones vivos’. Así, a las improntas de Chevalier y  Maritain, debemos sumarle la más fuerte de todas, la de Péguy, que consumará para Mounier la mística realmente vivida en compromiso con la realidad. La tesis doctoral sobre los místicos españoles podía esperar (nunca llegó a escribirla), pero no Péguy a quien conocerá profundamente y le dedicará en 1931 una de sus primeras obras, El pensamiento de Charles Péguy. Mounier se sentía plenamente identificado con él y también retratado por él cuando en Jeanne d’Arc Péguy se refiere a las personas hechas para creer, escribiendo sobre ello: “su actitud hacia el mundo no es la actitud crítica (la tienen, ciertamente, pero en el plano de la cultura, no en el corazón), sino la actitud edificante (¡en activo, en activo!): todo les resulta bueno para seguir construyendo el edificio y aumentando la luz interior, no para volver a poner en cuestión el conjunto a cada momento. Esta solidez interior, por muy sensible que sea, me produce una continuidad, una fidelidad interior en mi conversación con el mundo, que me ha preservado de los trastornos continuos y de las desesperaciones” (Obras, III).
Además,  tomó de los místicos españoles algunas ideas vitales para la conformación de su pensamiento. Ideas tan caras a la mística de todos los tiempos como vacío, nada, abandono, adquieren en Mounier un cariz especialísimo que, vertido en moldes antropológicos se transforman en las categorías de debilidad, pobreza, compromiso, disponibilidad, que pasarán a conformar el andamiaje de su lectura personalista del ser humano. “Para venir a serlo todo no quieras ser algo en nada” (2012) había dicho con belleza singular el místico Juan de la Cruz, instando al hombre a anonadarse, a entrar en el misterio de su propia nada para así dejar lugar a ese todo de humanidad trascendida que no ha lugar sin el previo vacío de sí, sin la previa pobreza.
Pues bien ante todo lo visto hagamos nuestra la doctrina y el ejemplo de Mounier:
Nos enseña  que es necesario adentrarnos en el sentido profundo del desposeerse para ser-se, de esta expropiación total de sí mismo para apropiar-se en el Tú divino: “ser disuelto hasta los huesos y luego ser” (Oras. IV). Unión absoluta de dos amores, el humano y el divino: esencia de la mística cristiana y casi de toda mística.
Debemos comprender, como lo hace Calvo (2012), que no hay un Mouníer cristiano junto al filósofo o al político. Su fe es lo que le fundamenta, su fe es su origen y su horizonte, su alfa y su omega. Por ello hay que saber dar razón de lo que creemos. "Cuanto más audazmente se compromete el cristiano, más se impone a él el deber de vigilar y de mantener el rigor de su cristianismo" (Obras, IV)

Aceptemos con Mounier que ha sido la burguesía la que ha "desvinizado" el cristianismo. "Hoy no se puede ser totalmente cristiano sin ser un rebelde" (Obras, IV). Ser revolucionario implica inmediatamente un trabajo continuo de despojamiento de los ídolos.

Seamos revolucionarios espirituales entendiendo que ser revolucionario no es ser un gran hombre, es poner simplemente el empeño, la formación y la honradez en manos de la lucha por la verdad, y desde allí organizarse. El verdadero hombre extraordinario es el verdadero hombre ordinario.

Como cristianos nos debemos caracterizar por ser robustos, valerosos, que somos capaces de  afrontar el mundo y crear algo nuevo, en vez de "consolar a las retaguardias".

Libremos una batalla especial contra el pacifismo de la blandura y del abandono, sin cesar de repetir que la paz es el privilegio de los fuertes, de los que primeramente han superado el miedo y quieren concretamente la justicia. La revolución exterior implica la interior: hacer la justicia por amor. A esto llama Mounier

Luchemos contra el falso espiritualismo según el cual  el cristiano habla con desprecio del cuerpo y de la materia, lo cual va en contra dl núcleo de nuestra auténtica tradición: el cuerpo es templo vivo del Espíritu.

Tengamos presente la idea que, como afirma López(2002) puede ser lo más destacable de Mounier:  el Cristianismo impregna toda la vida del ser humano." Según el filósofo francés "el cristiano tiene que llevar a la política su percepción de la realidad siendo consciente de que es limitado y de que va a cometer errores y, por tanto, tiene que estar revisando siempre sus acciones políticas a la luz de su ideal de vida." (Obras IV)


Sigamos a Mounier en su apuesta por la pobreza: "Me mantendré en la obra comenzada en Esprit hasta la misma miseria". Sólo así podremos  luchar junto a los oprimidos y los humillados. Así como él haremos fermento revolucionario de la paradoja evangélica de la humildad glorificada:  "En este mundo inerte, indiferente, inquebrantable, la santidad es en lo sucesivo la única política válida, y la inteligencia, para acompañarla, debe conservar la pureza del relámpago" (Obras,IV).



Concluyo enfatizando que en Mounier todo  es de origen cristiano. Su esfuerzo es instaurar un razonamiento sobre la persona que sea común a los creyentes y a los no creyentes. Se trata de reintegrar la moral al ser y a una manera de ser. Pero, el ser lo halla quien se desposee. "El escándalo reinará en el mundo mientras la masa de los cristianos no pueda combatir sin reservas juntamente con la masa de los pobres y oprimidos" (Obras,IV),  pero sin hacer del cristianismo una ideología de la liberación temporal.


Lima, setiembre del 2014.


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