Filosofía de la ciencia, investigación sobre la naturaleza general de la práctica científica. La
filosofía de la ciencia se ocupa de saber cómo se desarrollan, evalúan y
cambian las teorías científicas, y si la ciencia es capaz de revelar la verdad
de las entidades ocultas y los procesos de la naturaleza. Su objeto es tan
antiguo y se halla tan extendido como la ciencia misma. Algunos científicos han
mostrado un vivo interés por la filosofía de la ciencia y unos pocos, como
Galileo, Isaac Newton y Albert Einstein, han hecho importantes contribuciones.
Numerosos científicos, sin embargo, se han dado por satisfechos dejando la
filosofía de la ciencia a los filósofos, y han preferido seguir 'haciendo
ciencia' en vez de dedicar más tiempo a considerar en términos generales cómo
'se hace la ciencia'. Entre los filósofos, la filosofía de la ciencia ha sido
siempre un problema central; dentro de la tradición occidental, entre las
figuras más importantes anteriores al siglo XX destacan Aristóteles, René
Descartes, John Locke, David Hume, Immanuel Kant y John Stuart Mill. Gran parte
de la filosofía de la ciencia es indisociable de la epistemología, la teoría
del conocimiento, un tema que ha sido considerado por casi todos los filósofos.
El problema
de la inducción
Los resultados de la observación y experimentación suministran la
evidencia para una teoría científica, pero no pueden demostrar que la teoría es
correcta. Hasta la generalización empírica más modesta, por ejemplo que toda
agua hierve a la misma temperatura, va más allá de lo que puede ser deducido de
la evidencia en sentido estricto. Si las teorías científicas no expresaran más
que la evidencia que suele sustentarlas, tendrían poca utilidad. No podrían ser
utilizadas para predecir el curso de la naturaleza, y carecerían de poder
explicativo.
El vínculo no demostrativo o inductivo entre la evidencia y la teoría
plantea uno de los problemas fundamentales de la teoría del conocimiento, el
problema de la inducción, dada su formulación clásica por David Hume, el filósofo
escocés del siglo XVIII. Hume consideró simples predicciones basadas en
observaciones pasadas, por ejemplo, un vaticinio como: el sol saldrá mañana,
teniendo en cuenta que se ha observado que siempre salía en el pasado. La vida
sería imposible sin anticipar el futuro, pero Hume construyó una argumentación
excelente para mostrar que estas inferencias son indefendibles desde
presupuestos racionales. Esta conclusión puede parecer increíble, pero la
argumentación de Hume tiene todavía que ser contestada de un modo concluyente.
Admitía que las deducciones inductivas han sido por lo menos razonablemente
fiables hasta ahora, o no estaríamos vivos para considerar el problema, pero
afirmaba que sólo podemos tener una razón para continuar confiando en la inducción
si tenemos algún motivo para creer que la inducción seguirá siendo fiable en el
futuro. Hume demostró entonces que tal razón no es posible. El nudo del
problema es que pretender que la inducción será una garantía en el futuro es,
en sí misma, una predicción y sólo podría ser justificada de manera inductiva,
lo que llevaría a una cuestión de principio. En concreto, mantener que la
inducción quizá funcionará en el futuro porque ha resultado útil en el pasado
es razonar en círculo, asumiendo la inducción para justificarla. Si esta
argumentación escéptica es válida, el conocimiento inductivo parece imposible,
y no hay un argumento racional que se pueda plantear para disuadir a alguien
que opina, por ejemplo, que es más seguro salir de la habitación por las ventanas
que por la puerta.
El problema de la inducción se relaciona de forma directa con la ciencia.
Sin una respuesta a la argumentación de Hume, no hay razón para creer en
ninguno de los aspectos de una teoría científica que vaya más allá de lo que,
en realidad, se ha observado. El asunto no es que las teorías científicas no
resulten nunca ciertas por completo: esto es o debería ser una verdad obvia. El
tema es más bien que no tenemos ninguna razón para suponer, por ejemplo, que el
agua que no hemos sometido a prueba hervirá a la misma temperatura que el agua
que hemos probado. Los filósofos han realizado un continuo esfuerzo para
resistir a esta conclusión escéptica. Algunos han tratado de demostrar que los
modelos científicos para sopesar evidencias y formular inferencias son, de
algún modo, racionales por definición; otros, que los éxitos pasados de
nuestros sistemas inductivos son susceptibles de emplearse para justificar su
uso futuro sin caer en círculos viciosos. Un tercer enfoque sostiene que, aunque
no podamos demostrar que la inducción funcionará en el futuro, sí podemos
demostrar que lo hará si algún método de predicción lo hace, por lo que es
razonable utilizarlo. Mediante teorías más recientes, algunos filósofos han
sostenido que la actual fiabilidad de las prácticas inductivas, algo que Hume
no niega, basta para proporcionar conocimiento inductivo sin otro requerimiento
que el que la fiabilidad esté justificada.
Karl Popper ha aportado una respuesta más radical al problema de la
inducción, una solución que constituye la base de su influyente filosofía de la
ciencia. De acuerdo con Popper, el razonamiento de Hume de que las inferencias
son injustificables desde una perspectiva racional es correcto. Sin embargo,
esto no amenaza la racionalidad de la ciencia, cuyas inferencias son, aunque
parezca lo contrario, deductivas en exclusiva. La idea central de Popper es que
mientras la evidencia nunca implicará que una teoría sea verdadera, puede
rebatir la teoría suponiendo que sea falsa. Así, un número de cuervos negros no
implica que todos lo cuervos sean negros, pero la presencia de un único cuervo
blanco supone que la generalización es falsa. Los científicos pueden, de esta
forma, saber que una teoría es falsa, sin recurrir a la inducción. Además, enfrentados
a una elección entre dos teorías opuestas, pueden ejercer una preferencia
racional si una de las teorías ha sido refutada pero la otra no; entonces es
racional preferir una teoría que podría ser verdad respecto a una que se sabe
es falsa. La inducción nunca entra en escena, de modo que el argumento de Hume
pierde fuerza.
Esta ingeniosa solución al problema de la inducción se enfrenta con
numerosas objeciones. Si fuera cierta, los científicos nunca tendrían ningún
motivo para creer que alguna de sus teorías o hipótesis son siquiera correctas
por aproximación o que alguna de las predicciones extraídas de ellas es verdad,
ya que estas apreciaciones sólo podrían ser justificadas por vía inductiva.
Además, parece que la posición de Popper ni siquiera permite a los científicos
saber que una teoría es falsa, puesto que, según él, la evidencia que podría
contradecir una teoría, puede no ser nunca reconocida como correcta. Por
desgracia, las inferencias inductivas que los científicos plantean no parecen
ni evitables ni justificables.
El problema
de la descripción
Aunque la discusión de Hume sobre la justificación de la inducción
representa un hito en la historia de la filosofía, sólo ofrece una cruda
descripción de cómo, para bien o para mal, los métodos inductivos funcionan en
realidad. Mantenía que la inferencia inductiva es sólo un hábito de formación.
Al haber visto muchos cuervos negros, de modo tácito aplicamos la regla 'más de
lo mismo' y suponemos que el próximo cuervo que encontremos será también negro.
Esto, como es evidente, no hace justicia a la práctica inferencial de los
científicos, ya que éstos infieren a partir de la observación de entidades de
una clase para llegar a la existencia y comportamiento de entidades de una
clase muy diferente y a menudo no observable. 'Más de lo mismo' no llevará a
los científicos desde lo que se ve en el laboratorio a la existencia de los
electrones o los campos electromagnéticos. ¿Cómo comprueban entonces los
científicos sus teorías, sopesan la evidencia y establecen inferencias? Este es
el problema de la descripción en contraste con el problema de la justificación
de Hume.
El problema descriptivo puede parecer fácil de resolver: sólo hay que
preguntar a los científicos que describan lo que hacen. Es una ilusión. Los
científicos pueden ser eficaces sopesando evidencias, pero no son eficaces
ofreciendo una declaración de principios que recoja cómo llegan a ellos. Esto
no es más sorprendente que el hecho de que los nativos de habla inglesa sean
incapaces de explicar los principios por los que diferencian las oraciones
gramaticales de las no gramaticales. Lo más sorprendente es cuán difícil ha
sido resolver el problema de la inducción incluso para los filósofos de la
ciencia que han dedicado a ello su actividad.
Quizá la forma más corriente de mostrar cómo se comprueban las teorías
sea mediante el modelo hipotético-deductivo, según el cual las teorías se
comprueban examinando las predicciones que implican. La evidencia que muestra
que una predicción es correcta, confirma la teoría; la evidencia incompatible
con la predicción, rebate la teoría, y cualquier otra evidencia es irrelevante.
Si los científicos tienen una evidencia suficiente que corrobora y una no
evidencia que rebate, pueden inferir que la teoría examinada es correcta. Este
modelo, aunque es aproximado, parece en principio ser un reflejo razonable de
la práctica científica, pero está envuelto en dificultades concretas. La
mayoría de éstas demuestran que el modelo hipotético-deductivo es demasiado
permisivo, al tratar evidencias irrelevantes como si aportaran certezas
materiales. Para mencionar tan sólo un problema, la mayoría de las teorías
científicas no implican ninguna consecuencia observable por sí misma, sino sólo
al relacionarse en conjunto con otras suposiciones de base. Si no hay alguna
clase de restricción sobre las suposiciones admisibles, el modelo permitiría
considerar cualquier observación como evidencia para casi cualquier teoría.
Esto es un resultado absurdo, pero es difícil en extremo especificar las
restricciones apropiadas.
Dadas las dificultades que afronta el modelo hipotético-deductivo,
algunos filósofos han reducido sus miras y han intentado dar un modelo mejor de
refuerzo inductivo para una serie de casos más limitada. El caso más sencillo
es una generalización empírica del tipo 'todos los cuervos son negros'. Aquí
parece claro que los cuervos negros apoyan la hipótesis, los cuervos no negros
la refutan, y los no cuervos son irrelevantes. Aún así, esta modesta
consideración entraña otros problemas. Supongamos que aplicamos el mismo tipo
de consideración a la hipótesis un tanto exótica de que todas las cosas no
negras no son cuervos. Los no negros no cuervos (flores blancas, por ejemplo)
la apoyan, los cuervos no negros la refutan, y los objetos son irrelevantes. El
problema surge cuando observamos que esta hipótesis equivale a la hipótesis
original del cuervo; decir que todas las cosas no negras son no cuervos es sólo
un modo poco usual de decir que todos los cuervos son negros. Entonces ¿cualquier
evidencia que apoye una hipótesis apoya la otra? Esto nos deja, sin embargo,
con la conclusión bastante extraña de que las flores blancas proporcionan la
evidencia de que todos los cuervos son negros. Esta paradoja del cuervo parece
un truco lógico, pero ha resultado muy difícil de resolver.
Explicación
Un reciente trabajo sobre el problema de los métodos de descripción
inferencial en la ciencia ha tratado de evitar la debilidad del modelo
hipotético- deductivo yendo más allá de las relaciones lógicas para responder a
la conexión de la evidencia con la teoría. Algunas consideraciones intentan
describir cómo la plausibilidad de teorías e hipótesis puede variar conforme se
va avanzando en las comprobaciones, y han enlazado esta idea con un cálculo
formal de probabilidades. Otras apelan al contenido específico de las hipótesis
sometidas a comprobación, en especial las afirmaciones causales que hacen
muchas de ellas. En el siglo XIX, John Stuart Mill dio cuenta de las
inferencias desde los efectos a las causas que puede ser extendida para aportar
un modelo de inferencia científica. Uno de los procedimientos por el que se ha
intentado esa expansión ha sido recurriendo al concepto de explicación. La idea
básica del modelo de inducción para la mejor explicación es que los científicos
infieren desde la evidencia válida a la hipótesis que, de ser correcta,
proporcionaría la mejor explicación de esa evidencia.
Si la inferencia para la mejor explicación debe de ser algo más que un
eslogan, sin embargo, se requiere alguna consideración independiente de
explicación científica. El punto de partida para la mayoría del trabajo
filosófico contemporáneo sobre la naturaleza de la explicación científica es el
modelo deductivo-nomológico, según el cual una explicación científica es una
deducción de una descripción del fenómeno para ser explicada desde un conjunto
de premisas que incluye, por lo menos, una ley de la naturaleza. Así, se podría
explicar por qué sube el mercurio en un termómetro señalando el ascenso de la
subida en la temperatura a partir de una ley que relaciona la temperatura y el
volumen de los metales. El tema aquí es saber qué hace que algo sea una ley de
la naturaleza, otro de los tópicos centrales de la filosofía de la ciencia. No
todas las generalizaciones verdaderas son leyes de la naturaleza. Por ejemplo,
la afirmación de que todas las esferas de oro tienen un diámetro de menos de
diez millas es una verdad presumible pero no es una ley. Las genuinas leyes de
la naturaleza parecen tener un tipo de necesidad de la que carece la afirmación
sobre las esferas de oro. Describen no sólo cómo funcionan las cosas en
realidad sino cómo, de algún modo, deben funcionar. Sin embargo, está lejos de
ser evidente cómo tendría que articularse esta noción de necesidad.
Otra dificultad para el modelo deductivo-nomológico de explicación es
que, al igual que el modelo hipotético-deductivo de comprobación, con el cual
mantiene una notable similitud estructural, este modelo también es demasiado
permisivo. Por ejemplo, el periodo (la duración de una oscilación) de un
péndulo determinado puede deducirse de la ley que se refiere al periodo y
recorrido de los péndulos en general, junto con el recorrido de ese péndulo
determinado. El recorrido del péndulo es considerado de modo habitual como
explicativo del periodo. Sin embargo, la deducción puede llevarse a cabo en el
sentido opuesto: es posible calcular el recorrido de un péndulo si se conoce su
periodo. Pero el periodo no está considerado por lo común como explicativo del
recorrido del péndulo. De este modo, mientras que la deducción funciona en
ambos sentidos, se considera que la explicación va sólo en un único sentido.
Dificultades de esta índole han llevado a algunos filósofos a desarrollar
procesos causales de explicación, según los cuales explicamos los
acontecimientos aportando información sobre sus procesos causales. Este enfoque
es atractivo, pero pide un análisis de causalidad, un proyecto que se enfrenta
a muchas de las mismas dificultades que tenía analizar las leyes de la naturaleza.
Además, se necesita decir más sobre qué causas de un acontecimiento lo
explican. El Big Bang es presumiblemente parte de la historia causal de cada
acontecimiento, pero no aporta una explicación adecuada para la mayoría de
ellos. Una vez más, hay un problema de permisividad excesiva.
Realismo e
instrumentalismo
Uno de los objetivos de la ciencia es salvar los fenómenos, construir
teorías que supongan una descripción correcta de los aspectos observables del
mundo. De particular importancia es la capacidad para predecir lo que es
observable pero todavía no es observado, ya que una predicción precisa hace
factible la aplicación de la ciencia a la tecnología. Lo que resulta más
controvertido es si la ciencia debe también aspirar a la verdad sobre aquello
que no es observable, sólo por comprender el mundo, incluso sin un propósito
práctico. Aquellos que pretenden que la ciencia debería, y que así lo hace,
ocuparse de revelar la estructura oculta del mundo son conocidos como
realistas. Para éstos, las teorías tratan de describir esa estructura. Por
oposición, aquellos que dicen que la labor de la ciencia es sólo salvar los
fenómenos observables son conocidos como instrumentalistas, ya que para ellos
las teorías no son descripciones del mundo invisible sino instrumentos para las
predicciones sobre el mundo observable. La disputa entre realistas e
instrumentalistas ha sido un tema constante en la historia de la filosofía de
la ciencia.
Los científicos realistas no afirman que todo en la ciencia actual es
correcto pero, como era de esperar, afirman que las mejores teorías actuales
son poco más o menos verdaderas, que la mayoría de las entidades a las que se
refieren existen en realidad, y que en la historia de la ciencia las últimas
teorías en un campo concreto han estado por lo común más próximas a la verdad
que las teorías que sustituían. Para los realistas, el progreso científico
consiste sobre todo en generar descripciones cada vez más amplias y exactas de
un mundo en su mayor parte invisible.
Algunos instrumentalistas niegan que las teorías puedan describir
aspectos no observables del mundo sobre la base de que no se pueden llenar de
significado las descripciones de lo que no puede ser observado. Según esta
idea, las teorías de alto nivel son ingenios de cálculo sin significado
literal: no son más descripciones del mundo que lo que son los circuitos de una
calculadora electrónica. Otros instrumentalistas han afirmado que las teorías
son descripciones, pero sólo del mundo observable. Hablar de partículas atómicas
y campos gravitatorios sólo es en realidad una taquigrafía de descripciones de
interpretaciones punteras y un movimiento observable. La versión contemporánea
más influyente del instrumentalismo, conocida como empirismo constructivo,
adopta una tercera vía. El significado de las teorías tiene que ser creído
literalmente. Si una teoría parece contar una historia sobre partículas
invisibles, entonces esa es la historia que se cuenta. Los científicos, sin
embargo, nunca tienen derecho o necesidad de creer que esas historias son
verdad. Todo lo más que puede o necesita ser conocido es que los efectos
observables de una teoría —pasada, presente y futura— son verdaderos. La verdad
del resto de la teoría es cómo pueda ser: toda la cuestión es que la teoría
cuenta una historia que produce sólo predicciones verdaderas acerca de lo que,
en principio, pudiera ser observado.
El debate entre realistas e instrumentalistas ha generado argumentos por
parte de ambas escuelas. Algunos realistas han montado un razonamiento de no
milagro. Realistas e instrumentalistas están de acuerdo en que nuestras mejores
teorías en las ciencias físicas han tenido un notable éxito de predicción. El
realista mantiene que este éxito sería un milagro si las teorías no fueran por
lo menos verdaderas por aproximación. Desde un punto de vista lógico es posible
que una historia falsa en su totalidad sobre entidades y procesos no
observables pudiera suponer todas esas predicciones verdaderas, pero creer esto
es bastante improbable y, por lo tanto, irracional. Planteado el supuesto de
que a una persona se le da un mapa muy detallado, cuyo contenido describe con
gran detalle el bosque en el que se encuentra, incluso muchos desfiladeros y
picos de montañas inaccesibles. Examina el mapa contrastando los datos en
diferentes lugares y, en cada caso, lo que ve es justo como lo pinta el mapa.
Queda la posibilidad de que el mapa sea incorrecto por completo en las zonas
que no ha examinado, pero esto no resulta verosímil. El realista mantiene que
la situación es análoga para toda teoría científica que haya sido bien
comprobada.
Los instrumentalistas han hecho numerosas objeciones al razonamiento del
'no milagro'. Algunos han afirmado que incurre en la petición de principio,
tanto como el argumento considerado con anterioridad, de que la deducción
funcionará en el futuro porque ha funcionado en el pasado. Inferir del éxito
observado de una teoría científica la verdad de sus afirmaciones sobre los
aspectos no observables del mundo es utilizar en concreto el modo de deducción
cuya legitimidad niegan los instrumentalistas. Otra objeción es que la verdad
de la ciencia actual no es en realidad la mejor explicación de su éxito de
observación. Según esta objeción, Popper estaba en lo cierto, al menos, cuando
afirmó que la ciencia evoluciona a través de la supresión de las teorías que
han fracasado en la prueba de la predicción. No es de extrañar que se piense,
por lo tanto, que las teorías que ahora se aceptan han tenido éxito en cuanto a
la predicción: si no lo hubieran tenido, ahora no las aceptaríamos. Así, la
hipótesis que mantiene que nuestras teorías son ciertas no necesita explicar su
éxito de predicción. Por último, algunos instrumentalistas recurren a lo que se
conoce como la indeterminación de la teoría por los datos. No importa el grado
de validez de la evidencia, sabemos que hay en principio innumerables teorías,
incompatibles entre sí pero todas compatibles con esa evidencia. Como mucho,
una de esas teorías puede ser verdadera. Tal vez si la objeción resulta válida,
es poco probable que la teoría elegida como eficaz sea la verdadera. Desde este
punto de vista, lo que sería milagroso no es que las teorías de éxito a las que
llegan los científicos sean falsas, sino que sean verdaderas.
Una de los razonamientos recientes más populares de los instrumentalistas
es la 'inducción pesimista'. Desde el punto de vista de la ciencia actual, casi
todas las teorías complejas con más de cincuenta años pueden ser entendidas
como falsas. Esto se oculta a menudo en la historia de la ciencia que presentan
los libros de texto de ciencia elementales, pero, por ejemplo, desde el punto
de vista de la física contemporánea, Kepler se equivocaba al afirmar que los
planetas se mueven en elipses, y Newton al sostener que la masa de un objeto es
independiente de su velocidad. Pero si todas las teorías pasadas han sido
halladas incorrectas, entonces la única deducción razonable es que todas, o
casi todas, las teorías actuales serán consideradas erróneas de aquí a otro
medio siglo. En contraste con esta discontinuidad en la historia de las
teorías, según el instrumentalismo se ha producido un crecimiento constante y
sobre todo acumulativo en el alcance y precisión de sus predicciones
observables. Cada vez han llegado a ser mejores salvando los fenómenos, su
único cometido apropiado.
Se han planteado varias respuestas a la inducción pesimista. La mayoría
de los realistas han aceptado tanto la premisa de que las teorías del pasado
han sido falsas y la conclusión de que las teorías actuales serán quizá falsas
también. Sin embargo, han insistido en que todo esto es compatible con la
afirmación central realista de que las teorías tienden a mejorar las
descripciones del mundo respecto a aquéllas a las que reemplazan. Algunos
realistas también han acusado a los instrumentalistas de exagerar el grado de
discontinuidad en la historia de la ciencia. Se puede cuestionar también la
validez de una deducción desde el grado de falsedad pretérito al actual. De
acuerdo con los realistas, las teorías actuales han sustituido a sus
predecesoras porque ofrecen un mejor tratamiento de la evidencia cada vez más
amplio y preciso; por eso está poco claro por qué la debilidad de las viejas
teorías debería ir en contra de las que las sucedan.
Objetividad
y relativismo
Aunque realistas e instrumentalistas discrepan sobre la capacidad de la
ciencia para describir el mundo invisible, casi todos coinciden en que la
ciencia es objetiva, porque descansa sobre evidencias objetivas. Aunque algunos
resultados experimentales son inevitablemente erróneos, la historia de la
evidencia es en gran parte acumulativa, en contraste con la historia de las
teorías de alto nivel. En resumen, los científicos sustituyen las teorías pero
aumentan los datos. Sin embargo, esta idea de la objetividad y autonomía de la
evidencia observacional de las teorías científicas ha sido criticada, sobre
todo en los últimos 30 años.
La objetividad de la evidencia ha sido rechazada partiendo de la premisa
de que la evidencia científica está, de manera inevitable, contaminada por las
teorías científicas. No es sólo que los científicos tiendan a ver lo que
quieren ver, sino que la observación científica es sólo posible en el contexto
de presuposiciones teóricas concretas. La observación es "teoría
cargada". En una versión extrema de esta idea, las teorías no pueden ser
probadas, ya que la evidencia siempre presupondrá la misma teoría que se supone
tiene que probar. Versiones más moderadas permiten alguna noción de la prueba
empírica, pero siguen introduciendo discontinuidades históricas en la evidencia
para compararla con las discontinuidades a nivel teórico. Si todavía es posible
hacer algún juicio del progreso científico, no puede ser en términos de
acumulación de conocimiento, ya se trate de un enfoque teórico o desde el punto
de vista de la observación.
Si la naturaleza de la evidencia cambia conforme cambian las teorías
científicas, y la evidencia es nuestro único acceso a los hechos empíricos,
entonces quizá los hechos también cambien. Este es el relativismo en la ciencia,
cuyo representante reciente más influyente es Thomas Kuhn. Al igual que el gran
filósofo alemán del siglo XVIII Immanuel Kant, Kuhn mantiene que el mundo que
la ciencia investiga debe ser un mundo hasta cierto punto constituido por las
ideas de aquellos que lo estudian. Esta noción de la constitución humana del
mundo no es fácil de captar. No ocurre lo mismo que en la visión idealista
clásica que explica que los objetos físicos concretos sólo son en realidad
ideas reales o posibles, implicando que algo es considerado como objeto físico
o como un objeto de cierto tipo, por ejemplo una estrella o un planeta, sólo en
la medida en la que la gente así los categoriza. Para Kant, la contribución que
parte de la idea y lleva a la estructura del mundo es sustancial e inmutable.
Consiste en categorías muy generales tales como espacio, tiempo y causalidad.
Para Kuhn, la contribución es asimismo sustancial, pero también muy variable,
ya que la naturaleza de la contribución viene determinada por las teorías y
prácticas concretas de una disciplina científica en un momento determinado.
Cuando esas teorías y prácticas cambian, por ejemplo, en la transición desde la
mecánica newtoniana a las teorías de Einstein, también cambia la estructura del
mundo sobre la que tratan este conjunto de teorías. La imagen de los
científicos descubriendo más y más sobre una realidad idea independiente
aparece aquí rechazada por completo.
Aunque radical desde el plano metafísico, el concepto de ciencia de Kuhn
es conservador desde una perspectiva epistemológica. Para él, las causas del
cambio científico son, casi de forma exclusiva, intelectuales y pertenecen a
una reducida comunidad de científicos especialistas. Hay, sin embargo, otras
opciones actuales de relativismo sobre la ciencia que rechazan esta perspectiva
de carácter interno, e insisten en que las principales causas del cambio
científico incluyen factores sociales, políticos y culturales que van mucho más
allá de los confines del laboratorio. Ya que no hay razón para creer que estos factores
variables conducen al descubrimiento de la verdad, esta idea social
constructivista de la ciencia es quizás casi más hostil al realismo científico
que lo es la posición kuhniana.
Los realistas científicos no han eludido estos desafíos. Algunos han
acusado a los relativistas de adoptar lo que viene a ser una posición de
autocontradicción. Si, como se afirma, no hay nada que sea verdad, esta
afirmación tampoco puede ser entonces verdadera. Los realistas han cuestionado
también la filosofía del lenguaje latente detrás de la afirmación de Kuhn de
que las sucesivas teorías científicas se refieren a diferentes entidades y
fenómenos, manteniendo que el constructivismo social ha exagerado la influencia
a largo plazo de los factores no cognitivos sobre la evolución de la ciencia.
Pero el debate de si la ciencia es un proceso de descubrimiento o una invención
es tan viejo como la historia de la ciencia y la filosofía, y no hay soluciones
claras a la vista. Aquí, como en otras partes, los filósofos han tenido mucho
más éxito en poner de manifiesto las dificultades que en resolverlas. Por
suerte, una valoración de cómo la práctica científica resiste una explicación
puede iluminar por sí misma la naturaleza de la ciencia.
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