Karl Marx
Pensador socialista y activista revolucionario de origen
alemán (Tréveris, Prusia occidental, 1818 - Londres, 1883). Karl Marx procedía
de una familia judía de clase media (su padre era un abogado convertido
recientemente al luteranismo). Estudió en las universidades de Bonn, Berlín y
Jena, doctorándose en Filosofía por esta última en 1841.
Desde esa época, el pensamiento de Marx quedaría asentado
sobre la dialéctica de Hegel, si bien sustituyó el idealismo de éste por una
concepción materialista, según la cual las fuerzas económicas constituyen la
infraestructura que determina en última instancia los fenómenos
«superestructurales» del orden social, político y cultural.
En 1843 se casó con Jenny von Westphalen, cuyo padre inició
a Marx en el interés por las doctrinas racionalistas de la Revolución francesa
y por los primeros pensadores socialistas. Convertido en un demócrata radical,
Marx trabajó algún tiempo como profesor y periodista; pero sus ideas políticas
le obligaron a dejar Alemania e instalarse en París (1843).
Por entonces estableció una duradera amistad con Friedrich
Engels, que se plasmaría en la estrecha colaboración intelectual y política de
ambos. Fue expulsado de Francia en 1845 y se refugió en Bruselas; por fin, tras
una breve estancia en Colonia para apoyar las tendencias radicales presentes en
la Revolución alemana de 1848, pasó a llevar una vida más estable en Londres,
en donde desarrolló desde 1849 la mayor parte de su obra escrita. Su dedicación
a la causa del socialismo le hizo sufrir grandes dificultades materiales,
superadas gracias a la ayuda económica de Engels.
Marx partió de la crítica a los socialistas anteriores, a
los que calificó de «utópicos», si bien tomó de ellos muchos elementos de su
pensamiento (de autores como Saint-Simon, Owen o Fourier); tales pensadores se
habían limitado a imaginar cómo podría ser la sociedad perfecta del futuro y a
esperar que su implantación resultara del convencimiento general y del ejemplo
de unas pocas comunidades modélicas.
Por el contrario, Marx y Engels pretendían hacer un
«socialismo científico», basado en la crítica sistemática del orden establecido
y el descubrimiento de las leyes objetivas que conducirían a su superación; la
fuerza de la Revolución (y no el convencimiento pacífico ni las reformas
graduales) serían la forma de acabar con la civilización burguesa.
En 1848, a petición de una Liga revolucionaria clandestina
formada por emigrantes alemanes, Marx y Engels plasmaron tales ideas en el Manifiesto Comunista,un
panfleto de retórica incendiaria situado en el contexto de las revoluciones
europeas de 1848.
Posteriormente, durante su estancia en Inglaterra, Marx
profundizó en el estudio de la economía política clásica y, apoyándose
fundamentalmente en el modelo de David Ricardo, construyó su propia doctrina
económica, que plasmó en El
Capital; de esa obra
monumental sólo llegó a publicar el primer volumen (1867), mientras que los dos
restantes los editaría después de su muerte su amigo Engels, poniendo en orden
los manuscritos preparados por Marx.
Partiendo de la doctrina clásica, según la cual sólo el
trabajo humano produce valor, Marx denunció la explotación patente en la
extracción de la plusvalía, es decir, la parte del trabajo no
pagada al obrero y apropiada por el capitalista, de donde surge la acumulación
del capital. Criticó hasta el extremo la esencia injusta, ilegítima y violenta
del sistema económico capitalista, en el que veía la base de la dominación de
clase que ejercía la burguesía.
Sin embargo, su análisis aseguraba que el capitalismo tenía
carácter histórico, como cualquier otro sistema, y no respondía a un orden
natural inmutable como habían pretendido los clásicos: igual que había surgido
de un proceso histórico por el que sustituyó al feudalismo, el capitalismo
estaba abocado a hundirse por sus propias contradicciones internas, dejando
paso al socialismo. La tendencia inevitable al descenso de las tasas de
ganancia se iría reflejando en crisis periódicas de intensidad creciente hasta
llegar al virtual derrumbamiento de la sociedad burguesa; para entonces, la
lógica del sistema habría polarizado a la sociedad en dos clases contrapuestas
por intereses irreconciliables, de tal modo que las masas proletarizadas,
conscientes de su explotación, acabarían protagonizando la Revolución que daría
paso al socialismo.
En otras obras suyas, Marx completó esta base económica de
su razonamiento con otras reflexiones de carácter histórico y político: precisó
la lógica de lucha de clases que, en su opinión, subyace en toda la historia de
la humanidad y que hace que ésta avance a saltos dialécticos, resultado del
choque revolucionario entre explotadores y explotados, como trasunto de la
contradicción inevitable entre el desarrollo de las fuerzas productivas y el
encorsetamiento al que las someten las relaciones sociales de producción.
También indicó Marx el sentido de la Revolución socialista
que esperaba, como emancipación definitiva y global del hombre (al abolir la
propiedad privada de los medios de producción, que era la causa de la
alienación de los trabajadores), completando la emancipación meramente jurídica
y política realizada por la Revolución burguesa (que identificaba con el modelo
francés); sobre esa base, apuntaba hacia un futuro socialista entendido como
realización plena de las ideas de libertad, igualdad y fraternidad, como fruto
de una auténtica democracia; la «dictadura del proletariado» tendría un
carácter meramente instrumental y transitorio, pues el objetivo no era el
reforzamiento del poder estatal con la nacionalización de los medios de
producción, sino el paso -tan pronto como fuera posible- a la fase comunista en
la que, desaparecidas las contradicciones de clase, ya no sería necesario el
poder coercitivo del Estado.
Marx fue, además, un incansable activista de la Revolución obrera. Tras su
militancia en la diminuta Liga de los Comunistas (disuelta en 1852), se movió
en los ambientes de los conspiradores revolucionarios exiliados, hasta que, en
1864, la creación de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) le dio
la oportunidad de impregnar al movimiento obrero mundial de sus ideas
socialistas. Gran parte de sus energías las absorbió la lucha, en el seno de
aquella primera Internacional, contra el moderado sindicalismo de los obreros
británicos y contra las tendencias anarquistas continentales representadas por
Proudhon y Bakunin. Marx triunfó e impuso su doctrina como línea oficial de la
Internacional, si bien ésta acabaría por hundirse como efecto combinado de las
divisiones internas y de la represión desatada por los gobiernos europeos a
raíz de la revolución de la Comuna de París (1870).
Retirado desde entonces de la actividad política, Marx
siguió ejerciendo su influencia a través de sus discípulos alemanes (como Bebel
o Liebknecht); éstos crearon en 1875 el Partido Socialdemócrata Alemán, grupo
dominante de la segunda Internacional que, bajo inspiración decididamente
marxista, se fundó en 1889.
Muerto ya Marx, Engels asumió el liderazgo moral de aquel
movimiento y la influencia ideológica de ambos siguió siendo determinante
durante un siglo. Sin embargo, el empeño vital de Marx fue el de criticar el
orden burgués y preparar su destrucción revolucionaria, evitando caer en las
ensoñaciones idealistas de las que acusaba a los visionarios utópicos; por ello
no dijo apenas nada sobre el modo en que debían organizarse el Estado y la
economía socialistas una vez conquistado el poder, dando lugar a
interpretaciones muy diversas entre sus seguidores.
Dichos seguidores se escindieron entre una rama
socialdemócrata cada vez más orientada a la lucha parlamentaria y a la defensa
de mejoras graduales salvaguardando las libertades políticas individuales
(Kautsky, Bernstein, Ebert) y una rama comunista que dio lugar a la Revolución
bolchevique en Rusia y al establecimiento de Estados socialistas con economía
planificada y dictadura de partido único (Lenin, Stalin, Mao).
El paulatino y ya casi evidente fracaso de supuestas
aplicaciones prácticas de sus ideas políticas y económicas, no debe ensombrecer
la talla de Karl Marx como pensador revolucionario, cuya obra significó en las
ciencias socioeconómicas un vuelco similar al producido por Freud en la
psicología o Einstein en la física. La cristalización y dogmatización de su
brillante propuesta intelectual ha tenido un precio que la historia juzgará y
él no hubiera avalado. Con Marx, la ética política deja de ser una ciencia
infusa y la doctrina económica una velada defensa de intereses particulares.
Después de él, la comunidad internacional ya no tiene excusas racionales para
no avanzar hacia la justicia y la igualdad desde el análisis científico de los
hechos, sus relaciones, causas y consecuencias.
Karl Marx nació en la Renania prusiana actual Alemania, en
la ciudad de Trier (antes Trèves, en español Tréveris) el 5 de mayo de 1818.
Fue uno de los siete hijos del abogado judío Heinrich Marx y de su esposa
holandesa Henrietta Pressburg. El padre era un hombre inclinado a la
Ilustración y a las ideas moderadamente liberales, devoto de Kant y de
Voltaire. Por tanto, Karl tuvo una infancia habitual en la burguesía culta de
su tiempo, y asistió a la escuela y cursó el bachillerato en su ciudad natal.
En octubre de 1835, con diecisiete años, se inscribió en
los cursos de humanidades de la Universidad de Bonn. Pasó allí sólo un año, en
el que estudió griego e historia y llevó una agitada vida estudiantil,
incluyendo un duelo y un día de calabozo por alcoholismo y desórdenes (fue la
única vez que el fundador del comunismo científico estuvo en prisión). El
ambiente universitario de Bonn era rebelde y politizado, por lo que Karl se
hizo miembro de un círculo en el que se discutía de política y poesía, y llegó
a presidir el Club de las Tabernas, que tenía otros fines. Pese a tantas
actividades, de pronto resolvió pasarse a la Universidad de Berlín, en la que
ingresó al año siguiente, también en el mes de octubre.
En Berlín se apuntó para estudiar leyes y filosofía, sin
abandonar su inclinación por la historia. Encontró muchos amigos y una novia,
Jenny von Westphalen, joven inteligente y atractiva de veintidós años (cuatro
más que Karl Marx), perteneciente a una familia de funcionarios de reciente
nobleza, que jamás tragarían al «noviecito» judío e intelectual de Jenny.
Un joven hegeliano
Georg W. F. Hegel acababa de morir y el ambiente
universitario berlinés era fervorosamente hegeliano, aunque cada grupo o
cenáculo estudiantil interpretaba las ideas del creador de la dialéctica a su
manera. El joven Marx se vio inmerso en esas discusiones, que lo llevaron a una
profunda depresión y al primer descalabro de su frágil salud. En prenda a su
rigor intelectual, aceptó incorporarse a «una concepción que odiaba» (según carta
a su padre de noviembre de 1837) y se unió al grupo de seguidores del joven
profesor Bruno Bauer, que sostenía las ideas más progresistas y democráticas de
la obra de Hegel y el cuestionamiento del pensamiento matemático y formal.
Bauer fue expulsado de la universidad por «radical» en
1839, pero los jóvenes hegelianos ya eran republicanos de izquierdas que
utilizaban la filosofía y la dialéctica como instrumento crítico de la rígida
sociedad prusiana en la que vivían. No obstante, Marx y sus compañeros eran
todavía idealistas y bastante románticos, al confiar en que la sociedad
cambiaría gracias al desarrollo de la cultura y la educación. Esta posición no
era compartida por el periodista Adolph Rutemberg, el más íntimo amigo de Karl
en esa época, que lo impulsaba a conocer la lóbrega realidad de los obreros y
los menesterosos.
A instancias de sus amigos y de Jenny, en abril de 1841
presentó una brillante tesis doctoral que contrastaba la filosofía de Demócrito
y la de Epicuro, incluyendo la después famosa frase: «La crítica es también
teoría», con lo que se doctoró en filosofía cuando aún no había cumplido
veintitrés años. No irían mucho más allá sus logros académicos. A principios
del año siguiente se incorporó a una publicación fundada por las fuerzas más
progresistas de Colonia, entonces capital industrial de Prusia.
Como redactor de la Rheinische Zeitung (Gaceta de Renania),
Marx tomó contacto con las realidades sociales y la naturaleza crudamente
clasista de la legislación prusiana. Nombrado otra vez director de la revista
en octubre de 1842, sus crónicas parlamentarias desde la Dieta renana
denunciaban al Estado como guardián y valedor de los intereses de los empresarios
y expresaban su interpretación radical del pensamiento hegeliano, en tanto que
el Estado no cumplía su función esencial como realización ética de la
especificidad humana.
Su labor como periodista político lo llevó a tomar
conocimiento de los movimientos obreros en Francia e Inglaterra, especialmente
por las crónicas de Heine desde París y Lyon, y de las ideas del socialismo
utópico mantenidas por Fourier, Owen, Saint Simon y Weitlig. Desde hacía un
tiempo estaba fuertemente Influido por el pensamiento de Ludwig von Feuerbach,
discípulo de Hegel que elaboró lo que suele resumirse como un «humanismo ateo».
Marx comenzó a intentar casar ese materialismo con la dialéctica hegeliana sin
llegar a plantearse todavía nada que pudiera llamarse lucha de clases.
Justificaba en sus artículos las reivindicaciones proletarias europeas como
rebelión de «la clase que hasta ahora no ha poseído nada», un fenómeno natural
y circunstancial motivado por la insensibilidad del estamento dominante, que no
cumplía adecuadamente su papel rector. Incluso criticaba abiertamente las ideas
del comunismo utópico por su parcialidad clasista, que dejaba de lado las
«comprensiones objetivas» de la realidad. En última instancia siguió
defendiendo el estado integral humanista de Hegel, frente al «estado de
artesanos» que, en su opinión, propiciaban los protocomunistas.
La censura prusiana presionó seriamente contra los editores
de la Rheinische Zeitung y Marx se vio obligado a dimitir. No deseaba regresar
a la carrera académica a causa del rígido control ideológico implantado por el
gobierno en la universidad. Tras siete años de noviazgo, se casó con Jenny en
junio de 1843 y ambos se sumaron a la emigración política alemana que se
dirigió a París. Allí conocería a la crema de la juventud revolucionaria
europea, como Heine, Borne, Proudhon y, sobre todo, Friedrich Engels.
El Manifiesto comunista
Marx siguió trabajando sobre la base del humanismo
abstracto de Feuerbach, que criticaba la religión y la filosofía especulativa.
Por su parte, Engels lo convenció de la importancia de profundizar los estudios
económicos. Junto al hegeliano Arnold Ruge editó en 1844 el Deutsch Französische Jahrbücher (Anuario AlemánFrancés), que incluía
dos extensos artículos de Marx: «La cuestión judía» y «La filosofía hegeliana
del derecho» en el que escribía el célebre aserto: «La religión es el opio de
los pueblos» (metáfora de gran actualidad, pues Inglaterra acababa de invadir
China en la llamada «guerra del opio»). También trabajó en esa época en unos Manuscritos económico filosóficos,
que dejó en borrador y no publicó durante su vida. En ellos se refleja
especialmente el momento de transición que atravesaba su pensamiento, y el
proceso de elaboración de lo que él mismo llamaría la «mezcla» entre el
análisis crítico de las ideas y el estudio e interpretación de los datos
reales.
La presión de Prusia sobre el gobierno de Guizot hizo que
Karl Marx abandonara París. El 5 de febrero de 1845 se instaló en Bruselas,
donde transcurrirían dos años de fecundo trabajo en colaboración con Engels.
Fue en ese período cuando efectuaron la primera formulación del materialismo
dialéctico y escribieron La
sagrada familia, La
ideología alemana y Miseria de la filosofía, este
último cuestionando el libro de Proudhon Filosofía
de la miseria.
En 1847 Marx llegó a Londres y tomó contacto con una
sociedad secreta en formación, la Liga de los Justos, integrada principalmente
por artesanos alemanes emigrados, que le pidieron que escribiera sus estatutos.
Engels los relacionó con los obreros izquierdistas ingleses, y ambos trabajaron
desde diciembre hasta enero de 1848 en la carta fundacional de la Liga, que se
publicó como Manifiesto comunista. La declaración comienza con una frase
que se hizo famosa: «La historia de toda sociedad que haya existido hasta hoy,
es la historia de una lucha de clases». Y entre sus consideraciones afirma que
las fuerzas productivas están en tensión constante con «las relaciones de
producción, con las relaciones de propiedad, que son las condiciones de vida de
la burguesía y de su dominio».
Según escribiría más tarde Engels, fue en este período
cuando se produjo el punto de inflexión conceptual que rebasó a Feuerbach,
pasando «del culto del hombre abstracto a la ciencia del hombre real y su
evolución histórica». Apareció entonces también la idea de la «sobre estructura»
compuesta por las instituciones y formaciones ideológicas, frente a la
Verhaltnisse (palabra alemana que significa tanto condiciones como relaciones)
de producción y apropiación del producto social.
En ese momento estallaron en Europa una serie de
revoluciones populares en cadena que afectaron a Francia, Italia y Austria, con
repercusiones sociales en Alemania e Inglaterra. Marx fue invitado a París por
el gobierno provisional y se opuso con vehemencia a la expedición «liberadora»
sobre Alemania que proponía el poeta Georg Herwegh. Esto le granjeó una gran
impopularidad entre los revolucionarios, pese a que él y Engels pasaron en
abril de 1848 a Alemania para colaborar con las fuerzas democráticas. La
propuesta de Marx era una alianza de los trabajadores con la burguesía
progresista, que lo llevaría a enfrentamientos frontales con los líderes
obreros.
Marx resucitó en Colonia la Neue Rheinische Zeitung, que
tuvo corta vida debido al contraataque represivo del gobierno prusiano. En su
último número, espectacularmente impreso en tinta roja, la revista convocaba
tardíamente a la resistencia armada. En 1849, ante el fracaso de la revolución,
Marx volvió a París, de donde fue nuevamente expulsado. Pasó a Londres, ciudad
en la que viviría el resto de sus días. El desencanto circunstancial respecto
al activismo político y su rechazo al radicalismo utópico de algunos
compañeros, lo llevó a disolver en 1850 la Liga de los Comunistas.
El cerebro de la Internacional
La primera época en Londres fue bastante dura para Karl
Marx, sumido en la pobreza, aquejado por su mala salud y acechado por los
acreedores. La familia sobrevivió seis largos años en dos míseros cuartos del
Soho, gracias a las ayudas que enviaba Engels desde la factoría de su padre en
Manchester, donde trabajaba como contable. También colaboraron a su sustento
Wilhelm Wolff, amigo de Karl, y esporádicos envíos de los parientes de Jenny.
Dos de los cuatro niños de los Marx murieron en esos años de privaciones y sufrimientos.
A fines de 1851 el New York Tribune lo designó
corresponsal, lo que alivió en parte su situación económica y mucho su
dignidad. En once años de colaboración, Marx escribió para ese diario más de
quinientos artículos y editoriales, un tercio de ellos con Engels. En esa etapa
de su labor intelectual comenzó a preparar datos y materiales para el primer
volumen de El capital (Das Kapital). Trabajos como la Contribución a la crítica de la
economía política,Teorías sobre la plusvalía o un nuevo Esbozo para una crítica de la
economía política suelen ser
considerados como escritos preparatorios de su monumental obra teórica.
Mientras tanto, no dejó de mantener nuevos enfrentamientos con los que llamaba
«aventureros» y «alquimistas» de la revolución.
No obstante, cuando en 1864 se fundó en Londres la
Asociación Internacional de Trabajadores (conocida popularmente como la
Internacional), sus dirigentes llamaron a Karl Marx a participar y a colaborar
en la redacción de sus primeros documentos. Si Marx es considerado el creador
del comunismo moderno, y la Internacional su primera formación concreta para
los trabajadores de todo el mundo, lo cierto es que aquél no fue fundador ni
líder de ésta, sino sólo el guía intelectual de un sector de la misma.
Como miembro del consejo general, trabajó activamente en la
redacción de la memoria inicial y los estatutos de la asociación, al tiempo que
completaba la elaboración del primer volumen de El capital, que se editó en
Londres en 1867. Fue el único volumen publicado en vida de su autor (los
volúmenes II y III los dio a conocer Engels, respectivamente, en 1885 y 1894),
y el conjunto de esta obra tuvo una influencia decisiva a lo largo del
siguiente siglo. Sólo bastante más tarde se comenzó a dar importancia al
estudio y conocimiento de los trabajos anteriores y juveniles de Karl Marx. El
núcleo ideológico deEl capital parte
de la negación de la especulación filosófica como fundamento de la acción
política revolucionaria, que debe basarse en el conocimiento positivo de la
realidad histórica social y económica. En este último aspecto, introduce el
concepto de la «plusvalía» como valor del trabajo humano del que se apropia el
dueño de los medios de producción.
La Internacional nació en un momento propicio, como
propuesta de unión y organización concreta del movimiento obrero, en tanto
expresión de la clase trabajadora más allá de las fronteras nacionales. En 1869
alcanzaba ya la cifra de 800.000 asociados, con un consejo general integrado
por representantes de las «secciones» de los distintos países. En 1870 Engels
consiguió trasladarse a Londres. Curiosamente, fueron los italianos quienes le
pidieron que se incorporase al consejo como delegado de su sección. La entrada
de su estrecho colaborador alivió a Marx de la intensa tarea como «cerebro» de
la asociación y le permitió dedicar más tiempo a sus estudios en el Museo
Británico y a sus escritos teóricos.
Pese a ser quien era, Karl Marx no era un nombre muy
conocido en el resto de Europa: en parte porque escribía en alemán (pero sus
obras no se publicaban todavía en Alemania) y en parte porque sus elaboraciones
conceptuales y su estilo no estaban precisamente al alcance de las masas. Fue
el levantamiento popular de París en 1871, conocido como la Comuna, el que
adoptó El capitalcomo
fundamento teórico, proclamó la primera experiencia histórica de «dictadura del
proletariado» y difundió el nombre de Karl Marx por todo el mundo. La mayor
parte de los revolucionarios y líderes obreros adoptaron sus ideas (aunque no
todos las bebieran en su fuente original) y se inició la veneración de su
persona y su obra como quintaesencia del pensamiento revolucionario.
Mientras tanto, el Marx de carne y hueso estaba enredado en
una furiosa disputa de facciones en el seno del consejo general de la
Internacional. Su adversario era Mijaíl Bakunin, y el tema de enfrentamiento
era el camino a seguir en la lucha revolucionaria. El líder anarquista ruso,
que había levantado la Comuna de Lyon en 1870, propiciaba la destrucción de los
estados nacionales y disentía del papel que otorgaba su rival al partido y a
los obreros industriales como vanguardia revolucionaria. El enfrentamiento se
alimentaba también de las fuertes y tozudas individualidades de ambos
adversarios y de su inocultable encono personal. Marx, que no estaba libre de
prejuicios, llegó a afirmar: «No me fío de los rusos». Hay quien, no sin
ironía, vio en esa frase una cierta intuición profética.
En el congreso celebrado en 1872 en La Haya, los
partidarios de Marx consiguieron la expulsión de Bakunin y sus seguidores de la
Asociación Internacional de Trabajadores. En el mismo encuentro, Engels anunció
que la sede del consejo se trasladaría de Londres a Nueva York, noticia que fue
recibida con justificada preocupación por los asistentes. En efecto, la que
pasaría a la historia como la I Internacional languideció en su sede americana
hasta desaparecer. Luego vendrían la II, III y IV Internacional, de diverso
signo ideológico y sin vinculación con la persona de Marx. Éste decidió
retirarse del activismo político en 1873, para dedicarse al estudio y el
trabajo teórico.
Varios autores consideran que la capacidad intelectual de
Karl Marx se debilitó notablemente en la última década de su vida. Lo cierto es
que era un hombre enfermo, casi sexagenario y profundamente desengañado por la
incomprensión o la trivialización de su pensamiento por muchos de los que
deberían desarrollarlo y llevarlo a la práctica. En sus obras de madurez
recuperó buena parte del estilo y la terminología del lenguaje filosófico de
Hegel, según el propio Marx, por «coqueteo intelectual» con la obra de su
antiguo maestro y como respuesta a la «vulgarización» que mostraba la cultura
de izquierdas desde hacía varios años. Por otra parte, buscó también expresar
su reconocimiento al fundador de la dialéctica, pese a no haber compartido sus
«mixtificaciones idealistas».
Pese a ese semirretiro y a la declinación de sus energías
creativas, Marx recibió en esta etapa final visitas y correspondencia de
líderes obreros y políticos. Nunca descuidó y siempre mantuvo un magnetismo
personal sobre los círculos revolucionarios (incluso los que no compartían sus
puntos de vista), que no podían sustraerse a lo que Engels denominaba su
«peculiar influencia». Hacia 1877 con la salud muy quebrantada, se refugió
definitivamente en la vida hogareña. Y fue precisamente en el círculo familiar
donde se produjeron dos desgracias consecutivas que probablemente precipitaron
su muerte. El 2 de diciembre de 1881 falleció su esposa, y apenas un año
después, el 11 de enero de 1883, su hija mayor, Jenny Longuet. Solo, abatido,
con la mente debilitada y los pulmones seriamente afectados, Karl Marx murió o
se dejó morir el 14 de marzo de 1883. Su tumba en un cementerio londinense es
hasta hoy meta de peregrinación de marxistas y no marxistas que veneran la
importancia de su obra y la profunda apertura intelectual de su pensamiento.
Obras escritas por Karl Marx
-
Escorpión y Félix (1837),
única comedia escrita por Marx.
-
Diferencia entre la
filosofía de la naturaleza de Demócrito y la de Epicuro (1841),
tesis doctoral.
-
Sobre la cuestión judía (1843)
-
Notas sobre James Mill (1844)
-
Manuscritos económicos y
filosóficos de 1844 (publicada póstumamente en 1932)
-
Tesis sobre Feuerbach (1845,
publicada póstumamente)
-
La miseria de la
filosofía (1847)
-
Trabajo asalariado y
capital (1847)
-
Las luchas de clases en
Francia de 1848 a 1850 (1850)
-
El 18 Brumario de Luis
Bonaparte (1852)
-
Grundrisse o Elementos fundamentales para la crítica de
la economía política (1857)
-
Prefacio de Contribución a la crítica de la economía política (1859)
-
Teorías sobre la
plusvalía (1862, tres volúmenes)
-
Salario, precio y
ganancia (1865)
-
El capital, volumen I (1867)
-
La guerra civil en
Francia (1871)
-
Crítica del programa de
Gotha (1875,
publicada póstumamente)
-
Notas sobre Wagner (1880)
Obras escritas por Marx y Engels
-
La ideología alemana (1845,
publicada póstumamente)
-
La sagrada familia (1845)
-
Manifiesto Comunista (1848)
-
La guerra civil en
Estados Unidos (1861)
-
El capital, volumen II (1885,
póstumo para Marx)
-
El capital, volumen III (1894,
póstumo para Marx)
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